Lectura para curiosos que quieren saber quién soy.
Aterricé en un blog, aquí estoy.
Acumulé años, hijos, nietos y rendí exámenes,
llevo escritos millones de papeles,
divulgué noticias en morse, en las viejas telex y no me rendí a las computadoras,
pude reportear a presidentes y cirujas,
hablé con Fidel y con el Chicho,
incursioné por clandestinos parajes de guerrilla en el Chile del Pinochet,
estuve en Nicaragua, Cuba y en la frontera ruso-china con los cañones alertas,
caminé Praga, Berlín, Madrid, París y Roma, como se estila,
y escribí artículos y libros que no quiero volver a ver.
Pero nadie me quita Siberia, las penínsulas árticas de cristal y el río Yenisei helado transitado en viejo bus,
Viví semanas en poblados de madera con cazadores neneitses y nanaitces
en la región de Ussuri donde osos y tigres reinaban hace tiempo.
Pasé niñez y adolescencia a tres cuadras del Obelisco y también en un monte de algarrobas en Los Juríes,
sitio de charatas y quishcaloros,
quiero decir, maticé mi urbanismo con espasmos vegetales
y al parecer encontré la síntesis.
Quizás por eso escapo de cierta gente,
por eso planto árboles y jardines,
hago asados,
y degusto los gustos múltiples de la naturaleza,
del quesillo de cabra, por supuesto.
Crucé treinta y tres veces el Delta del Paraná,
hasta dirigí revistas de cocina en cada orilla.
Practiqué lucha de ideas y escribí algunos libros al respecto.
También edité a otros, al Che, Fonseca y Puigjané.
Salvé el pellejo en dictaduras.
Insaciable, me interné por las irresponsables audacias que me llevaron a otros cielos,
a paisajes muy tortuosos,
a ciudades y montes cargados de ansiedades, de ardientes esperanzas.
Y con tanta carga encima, luciendo curtida y desprolija barba en canas,
aquí estoy…
De repente, y siempre de repente, como un pánico,
emerge la ansiedad, pretendo estallidos,
disturbios que sacudan conformismos.
¿Quién me incita a zamarrear mediocres,
a patearle el culo al resignado?
…Symns coloca su imagen en mis lentes,
da tres toquecitos en mi cabeza y digo:
bien valen las opciones del tal Symns.
Lo recuerdo bien a Enrique Symns,
absorto,
de caminar lento,
indiferente a la idiotez,
enchufado en sobretodo negro,
trayendo sus escritos y presagios.
Lo conocí en la redacción de Sur y nos decía:
“Todos los días nos vemos obligados a escoger entre ser el guerrero-pirata-loco-extraterrestre, o ser el lamemocos-que solo quiere casarse-escribir el libro-alquilar el depto-comprar marihuana para llenar de escombros su vacío.
“Es más cómodo viajar en silla de ruedas sobre las autopistas de las emociones controladas.
“Es más cómodo que andar rengueando por caminos desconocidos.
“Es más cómodo internarse en el asilo de las costumbres que seguir recorriendo nuestro miedo a la oscuridad”.
Y yo estacioné ahí, precisamente.
Aterrado veo.
Veo que antes de subir a la barranca
hay un floripondio que me observa,
tiene hojas muy grandes, muy verdes,
flores gordas suspendidas de un hilo que se alarga.
Huelen redondo esas flores,
me mueven sus caderas,
suplican danzando que las tome,
que las absorba hasta el hartazgo del goce sin retorno.
Pero no, no ha llegado aún ese momento,
debo seguir andando por el miedo
aferrado al sentir de las palabras.
A 50 años de periodismo, una reflexión
Por Arturo M. Lozza
Hace cincuenta años comencé mi militancia en la prensa del Partido Comunista. Fue en el diario “La Hora” y en la sección de expedición. Es decir, mi periodismo se inició haciendo paquetes y preparando los despachos por el ferrocarril a más de un centenar de ciudades y pueblos de todo el país. “La Hora” debía llegar rápidamente a todos los compañeros y a las distribuidoras comerciales. Tuve de maestros a dos extraordinarios compañeros ya desaparecidos: en la redacción estaba Rómulo Marini, y en la expedición y difusión el eficiente y práctico Juan “Pedrito” Grosso. Tampoco olvido que pocos meses después, precisamente el día de mi cumpleaños, llegaron los carros de asalto de la policía y clausuraron la redacción, que estaba en la calle Carlos Calvo, a pocas cuadras del Comité Central. El gobierno de Arturo Frondizi iba llegando a su fin y se inauguraba otro período de golpes y contragolpes de Estado, una dictadura tras otra, a la vez que se desataban luchas sociales de envergadura. Entrábamos en años de más represión, de ilegalidad para los comunistas. Y teníamos una mística, una especie de consigna que nos movilizaba: no debía pasar una semana, siquiera, sin que la palabra escrita de los comunistas estuviera presente. No era cosa sencilla de resolver. Nos habían cerrado las puertas de las imprentas y de la distribución en los kioscos, pero el Partido aceitaba sus mecanismos para sortear las barreras de la represión, abrimos imprentas y “buzones” clandestinos, toda una red que burló durante años la persecución policial. Jamás pudieron hallar los represores el lugar adonde imprimíamos el semanario de los comunistas. Peleábamos por abrir las puertas de la legalidad, editábamos durante algún breve tiempo un periódico “legal” que distribuíamos en los kioscos y entre los compañeros a través de “buzones”, y cuando la policía nos clausuraba, insistíamos con otro periódico al que le cambiábamos el nombre. Así editamos, por ejemplo, “Pueblo Unido”, o “Soluciones” y otros. Pero la cerrazón se hizo definitiva, llegaron los nuevos tiempos de cárceles y allanamientos en las casas de los compañeros. Mirábamos para atrás al caminar para comprobar que nadie nos siguiera, los difusores entregaban el periódico en sobre cerrado y teníamos redacciones en lugares insólitos y conocidos por muy pocos. Recuerdo uno en la calle Esmeralda entre Sarmiento y Corrientes, Ciudad de Buenos Aires, a dos cuadras del Obelisco, casona propiedad de una anciana que, envuelta en trapos viejos, desvariaba y vivía sola rodeada de decenas y decenas de gatos. El olor a orina gatuna se hacía por momentos insoportable. Desde esos ámbitos, pues, emergían nuestras convocatorias antidictatoriales y antiimperialistas. Llegaban a nosotros las experiencias del Che y de la Revolución Cubana, eso nos daba fortaleza, nos entusiasmaba. Una de mis mayores experiencias las hice siendo integrante de la revista “Che” que editábamos junto a los socialistas, también clausurada por los militares. Fue en esos días que participé de la primera edición en Argentina de una obra de Ernesto Che Guevara: fue su gran discurso en la reunión de Punta del Este. Imprimimos miles de ejemplares que se agotaron rápidamente. Pues bien, no es propósito mío solo recordar tiempos pasados –pues bien podría hacerse un libro con todas nuestras andanzas-, sino hacer algunas reflexiones o compartir con mis compañeros preocupaciones en cuestiones que hacen a la divulgación de nuestras concepciones, después de cincuenta años sin interrupciones con el periodismo clasista y la edición de libros. De ninguna manera voy a caer en el lugar común de decir que “todo tiempo pasado fue mejor”, por el contrario, creo que en materia de estilos de redacción, salvo excepcionalidades, nuestro periodismo actual, con todas sus falencias, es mejor que aquel estereotipado mecanismo de frases hechas repetidas en artículos que debían terminar siempre con una exhortación archisabida. Pero sí, en cambio, quiero apuntar que las nuevas técnicas de la comunicación nos han apabullado. Si bien hace cincuenta años existía una dominación de la prensa y radiodifusión de la burguesía, actualmente esa supremacía se ha multiplicado varias veces. Nosotros, por el contrario, hemos sido incapaces de trazar en todos estos años una estrategia de la comunicación con respaldo presupuestario suficiente. El enemigo si tuvo su estrategia, convirtió a la comunicación en un elemento básico de dominación en la batalla cultural por las ideas. Es tan mayúsculo su predominio que hoy no podemos conformarnos con tener alguna que otra radioemisora, un semanario, un sitio web y agencias que nos surtan de abundante y buena información. Avanzamos, por supuesto, pero lo que hicimos resulta absolutamente insuficiente. La nueva etapa exige más audacia y romper esquemas. En primer lugar, la estrategia comunicacional debe fundamentarse en considerar a cada militante como un comunicador, considerarlo y prepararlo como un combatiente en la lucha de ideas. Y partiendo de ese precepto fundamental, tenemos que pensar que cualquier movimiento de masas u organización del campo popular es inconcebible sin la existencia de un vocero periodístico en el propio lugar de referencia, un vocero con el protagonismo y la participación del mayor caudal de compañeros del lugar y que, a la vez de abordar la temática nacional e internacional del momento, plantee sobre todo las cuestiones locales. Ese localismo y ese protagonismo popular harán que esa comunicación adquiera el carácter universal en cuanto a ideas. Cada militante tendría que ser un gran debatidor de ideas, saber cómo difundirlas de manera eficaz y esforzarse por parir ese medio en su propio entorno: he ahí una actividad primaria en todo organismo básico. Una estrategia de la comunicación de ideas debe considerar el hacer escuela en tal sentido, en cada territorio y en cada empresa. Tenemos que abrir talleres adonde difundir la práctica de la elaboración de medios de difusión. Repito, tenemos excelentes agencias noticiosas que nos surten de la información minuto a minuto. Lo que nos falta es que ese material llegue “abajo”, allá adonde hace estragos la cultura global del neoliberalismo y la estupidez que lleva al conformismo. La construcción de esos mecanismos para lanzarnos a la lucha de ideas es una cuestión de todos, no solo de un “responsable”. La estrategia deberá trazarse a través de una gran convocatoria donde participe y opine el conjunto de la militancia. Debermos impulsar las iniciativas y las ocurrencias creadoras que emergen del entusiasmo y la mística de la liberación. Y esta decisión política –opino- debería ser prioritaria, repito, prioritaria, en los tiempos que vivimos. Si nos atrevemos a lanzar la estrategia de multiplicar medios de difusión en cada rincón del país impulsando esa mística y esa participación, podremos construir el edificio sólido de las ideas que nos llevarán al objetivo. En fin, en estos cincuenta años de periodismo si hay algo que no acepto es la rutina. La rutina no nos ayuda a elaborar, a crear, a tener iniciativas y a construir con participación para crecer.
Hola, es usted el autor de Él Cristo del Rock? soy periodista y quisiera contactarlo
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