martes, 26 de octubre de 2010

La derecha y sus perversiones


Por Arturo M. Lozza

Cuando meses atrás comenzaron las denuncias por la designación del hoy procesado comisario Jorge “Fino” Palacios al frente de la Policía Metropolitana, Mauricio Macri pretendió escudarse aduciendo que esa elección la había tomado luego de consultar con la Mossad y la CIA, las dos organizaciones de espionaje y crímenes políticos con más trágica fama del planeta. Casi ningún medio de comunicación le dio mayor relieve a ese reconocimiento del Jefe de Gobierno porteño, pero el hecho era y sigue siendo gravísimo, era reconocer la intervención de esas centrales de inteligencia en la designación de figuras claves del aparato represivo, algo que, por lo menos, es un atentado a nuestra soberanía y una intervención directa en los asuntos del país.
Obvio que la CIA daba el espaldarazo al “Fino” ya que este se había desempeñado anteriormente como jefe de la sección antiterrorista de la Federal, un aparato en constante vinculación con la “inteligencia” de los Estados Unidos.
Lejos de diluirse aquella revelación de Macri, hoy adquiere la misma un mayor andamiaje al verificarse, en el marco de la investigación legislativa sobre escuchas ilegales, las compras directas y secretas por parte del Ministerio de Justicia y Seguridad porteño de material sofisticado destinado a tareas de espionaje con destino a la Policía Metropolitana, cosa expresamente prohibida tanto en la Constitución Nacional como en la de la Ciudad Autónoma.
Estas pistas no hacen más que revelar un accionar típico de la derecha con ramificaciones en el exterior. Si esta infiltración de hombres de confianza de la CIA y otros services extranjeros estaba perpetrándose en la Policía Metropolitana, ¿acaso no estará ocurriendo desde hace tiempo algo similar en otras fuerzas? ¿Si Macri consultó a la CIA para la designación del “Fino”, cómo, por ejemplo, imaginarse que Menem o De la Rúa hayan hecho algo distinto? ¿No estaremos acaso ante organismos “de seguridad” infiltrados en lugares claves por elementos capaces de ser utilizados por la derecha, por el imperio o los neoliberales vernáculos, con fines de desestabilización y golpe? ¿Qué antecedentes tienen y quiénes son los miembros de la policía que dejaron la zona liberada para que se cometiera el crimen del 20 de octubre?
No hacer este análisis y no investigar al respecto, sería caer en posturas ingenuas que pueden costar carísimo. Que lo diga, si no, el presidente Rafael Correa de Ecuador que debió ahogar recientemente una intentona golpista con epicentro en la policía.
No hay dudas que una serie de medidas tomadas por el gobierno de Cristina Kirchner están elevando la cuota de odio entre grandes empresarios. No olvidemos, además, que para Washington, la Argentina es sitial “inseguro” para inversiones. No le gusta a la derecha y a quienes son funcionales a ella, la Ley de Medios, la liquidación del negociado de las AFJP y el proyecto de distribución de una parte de las ganancias empresarias entre los trabajadores. En este marco es que los ejercicios de desestabilización por parte de la derecha están a la orden del día. Y yo creo que el asesinato de Mariano Ferreyra debemos encuadrarlo en este momento especial.
El crimen ha sido algo premeditado y la patota de José Pedraza ha sido la ejecutora. Por supuesto, hay muchas conclusiones políticas que se pueden hacer, pero no dejemos en segundo plano el encuadre golpista, máxime teniendo en cuanta que la derecha no solo está en el aparto de “seguridad”, no solo es partidaria, no solo tiene el control monopólico de los medios de comunicación, no solo maneja segmentos importantes de la economía y las finanzas, sino que está también profundamente enraizada en el Poder Judicial. Es más, la derecha está presente en algunas dependencias de gobierno, en varias gobernaciones y en el propio Frente para la Victoria. Y está esperando el momento propicio para dar un zarpazo.
Llegar hasta los tuétanos en la investigación del asesinato de Mariano y castigar a los culpables materiales e intelectuales, debería ser parte de una firme determinación por desenmascarar la intentona desestabilizadora de la derecha.

viernes, 3 de septiembre de 2010

PARA NO OLVIDAR!!!



Por estos dias la derecha afila las garras. Los que vivimos los setenta no quisiéramos más violencia. Nos queda la mística, los sueños de un país libre, el romanticismo de pensar en una patria liberada de colmillos vampirescos, propios y ajenos.. Aún creemos que se puede en paz, con justicia, con el gobierno plantándose ante los Magnetto, la ezquizoide Lilita, los asesinos que encubrieron y entregaron a los hijos de madres detenidas y fusiladas sin piedad apenas paridas. Queremos millones de firmas para obligar al Congreso a tratar la Ley de Entidades Financieras, proyecto de Carlos Heller. Queremos un gobierno que se ocupe del sector ambiental y que no permita que se venda un centímetro más de tierra a ningún gringo. No quisiéramos, al menos yo, no quiero años de sangre y fuego. Pero si quiero desprenderme de tanta lacra oligarca, enfermitos de poder, enfermitos de soja, enfermitos de liberar impuestos para sus arcas, enfermitos de tantos males que huelen igual que el volcán semi apagado Stromboli en Sicilia: a azufre. Porque asi están, todos creemos que están inactivos y un día te vomitan lava y te hacen mierda los sueños. Y por favor, basta de pelotudeces y divisiones "..los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afura..." (Te banco Fierrito) Marta MoralesPD: eso si, que no entren traidores, coimeros, arribistas, mal paridos, explotadores, destructores de proyectos para la libertad de expresión y sobre todo para la expresión de los marginales, en fin, yo no quiero hijos de puta cerca.


Buscando recordar el 22 de agosto de 1972 encontré estas líneas en un viejo periódico de Bolívar. Qué loco, no? Bolívar, los pagos de Tinelli... sin palabras.La nota está buena y vale la pena leerla.


El día que la "patria" parió el Terrorismo de Estado"


Alejandro Ulla, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Alberto del Rey, Clarisa Lea Place, Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Ricardo Mena, Mario Emilio Delfino, Miguel Ángel Polti, Pedro Bonet, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas, Susana Lesgart, Carlos Astudillo y Alfredo Khon no son nombres cualquiera. No son un grupo más de personas. Son las primeras víctimas del terrorismo de Estado, las víctimas inaugurales de una modalidad que luego se replicaría hasta el hartazgo, cada vez más cruenta, cada vez más siniestra.Los dieciséis eran integrantes de las distintas organizaciones civiles armadas -de izquierda y peronistas- que operaban en territorio argentino en 1972: el ERP, Ejército Revolucionario del Pueblo; las FAR, Fuerzas Armadas Revolucionarias, y Montoneros. Junto a otros tres compañeros más fueron los infaustos protagonistas de la conocida 'Masacre de Trelew', perpetrada el 22 de agosto de aquel año en la base aeronaval Almirante Zar, una dependencia de la Armada Argentina próxima a la ciudad de Trelew, provincia del Chubut.Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar fueron los únicos sobrevivientes de los fusilamientos de aquella madrugada. Su militancia en las FAR (los dos primeros) y Montoneros (el último) signaría su destino años después: Camps desapareció en 1977, Berger en 1979 y Haidar en 1982.La tarde del 15 de agosto se había iniciado un masivo intento de fuga de la cárcel de Rawson, ciudad capital de Chubut. 110 reclusos, miembros de las organizaciones armadas (ERP, FAR y Montoneros), pensaban escaparse y refugiarse en Chile. Pero sólo seis de ellos lograron el propósito.Mario Roberto Santucho, líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores, uno de los planificadores y jefes del 'operativo'; Marcos Osatinsky, de las FAR, el otro ideólogo; Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna, integrantes del denominado 'comité de fuga', fueron los únicos que pudieron huir. Fueron trasladados hacia el aeropuerto de Trelew en un automóvil Ford Falcon que los esperaba, donde abordaron una aeronave comercial BAC 1-11 de la empresa Austral, previamente secuestrada por un comando guerrillero de apoyo, cuyos integrantes viajaban como pasajeros.Los demás vehículos de transporte que debían esperar al resto de los fugados no se hicieron presentes en la puerta de la cárcel debido a una confusa interpretación de las señales preestablecidas. Un segundo grupo de diecinueve evadidos (los nombrados anteriormente) logró igualmente arribar por sus propios medios en tres taxis al aeropuerto, pero llegaron tarde, cuando ya la aeronave despegaba rumbo al país trasandino, gobernado entonces por el socialista Salvador Allende.Frustrado el plan, estos diecinueve guerrilleros -tras ofrecer una conferencia de prensa donde hicieron pública la situación- depusieron sus armas sin oponer resistencia ante los efectivos militares de la Armada que mantenían rodeada la zona. Al hacerlo solicitaron y recibieron -la promesa de- públicas garantías para sus vidas, lo hicieron en presencia de periodistas y autoridades judiciales.Una patrulla militar bajo las órdenes del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa, segundo jefe de la base aeronaval Almirante Zar, condujo a los prisioneros recapturados dentro de una unidad de transporte colectivo hacia dicha dependencia militar. El pedido había sido que los trasladaran de regreso a la cárcel de Rawson, pero el capitán Sosa adujo que el nuevo sitio de reclusión era transitorio ya que dentro del penal continuaba el motín y no estaban dadas las condiciones de seguridad.El contingente de diecinueve prisioneros fue acompañado, como garantes, por el juez Alejandro Godoy, el director del diario Jornada, el subdirector del diario El Chubut, el director de LU17 y el abogado Mario Abel Amaya, los cuáles no pudieron ingresar con ellos, arribados al lugar de detención.Desde el 16 hasta la madrugada del 22 de agosto, los prisioneros fueron sometidos a diferentes malos tratos con el objetivo de hacerlos confesar (cuerpo a tierra, sostener el cuerpo con los dedos apoyados sobre la pared, órdenes militares de echarse a tierra y levantarse, todo esto sin ropas, entre otros). Pasadas las tres de la mañana de ese último día, los despertaron sorpresivamente y los sacaron de sus celdas. Los formaron y obligaron a mirar el piso, práctica ésta que nunca habían implementado en los días anteriores. Mientras así estaban, fueron ametrallados por una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y del teniente Roberto Bravo. La mayoría, de acuerdo a testimonios de los tres sobrevivientes, murieron en el acto; otros fueron rematados en el piso.Esa misma noche, en un clima de absoluta hermeticidad y gran tensión, se habían reunido en la Casa de Gobierno los miembros de la Junta de Comandantes en Jefe de las tres fuerzas armadas, colaboradores y ministros. Y no se había brindado ninguna información al respecto a los periodistas que aguardaban noticias. Esto hizo suponer después que los fusilamientos habían devenido tras una orden del gobierno militar de la autoproclamada Revolución Argentina, y no que las muertes de los guerrilleros habían sido consecuencia de un enfrentamiento luego de un nuevo intento de fuga, tal la versión oficial que se dio de los hechos.En líneas generales, la explicación del gobierno mencionaba que al realizar el jefe de turno (capitán Luis Sosa) una recorrida de control en el alojamiento de los presos, mientras éstos se encontraban en un pasillo, fue atacado por la espalda por Mariano Pujadas, quien habría logrado sustraerle su pistola ametralladora. Escudándose en el oficial los presos intentaron evadirse, pero el marino logró liberarse y fue atacado a tiros, resultando herido. En tal circunstancia -y siempre según los dichos oficiales- la guardia contestó el fuego contra los reclusos y se inició el tiroteo con los resultados conocidos: de los diecinueve reclusos, dieciséis fallecieron y tres resultaron heridos de gravedad.Oh casualidad, la misma noche del 22 el gobierno sancionó la ley 19.797 que prohibía toda difusión de informaciones sobre organizaciones guerrilleras. Ya habían evadido las respuestas a los requerimientos periodísticos cuando de los interrogó luego de conocido el episodio. Por supuesto que esta versión 'no fue comprada' por toda la sociedad argentina y en los días sucesivos hubo manifestaciones en las principales ciudades del país. También se colocaron numerosas bombas en dependencias oficiales como protesta por la matanza.

martes, 31 de agosto de 2010

Nosotros y la mafia de los medios

Por Arturo. M. Lozza.







Escribo estas líneas firmemente apoyado en más de cincuenta años de periodismo sin traición a mis principios. Y desde esa trinchera es que debo decir públicamente que ahora, más que en cualquier otro momento, siento orgullo y profunda satisfacción ante el hecho de que Clarín, La Nación y Papel Prensa comiencen a ser despojados de ese manto de impunidad que les ha permitido conformar, a mi criterio, la más poderosa mafia, que es aquella que no se limita a la defensa de las multinacionales, a promover políticas desde el poder económico sino que, sobre todo, ha apuntado y lo sigue haciendo, hacia lo más profundo: las conciencias, la formación de opinión pública, la imposición de la cultura de la dominación.
Estamos hablando de una mafia cuyo poder se ha cimentado en el terrorismo de Estado y desde ese sitial de privilegio diseminó el terrorismo de la información. Por eso, yo hubiera preferido, sin más trámite, nacionalizar Papel Prensa. De todos modos, se ha enviado al parlamento un proyecto de ley declarándose de “interés público” la producción de celulosa para papel de diario, lo que se complementa con la nueva ley de Medios, con lo cual se ha abierto un debate en torno al papel del periodismo como nunca antes.
Es un debate por la verdad que siempre impulsé desde los distintos medios en donde me desempeñé durante demasiados años, pero que –en buena hora- muchos recién están descubriendo ahora. Y en esta hora, donde por fin estamos librando batalla, ningún periodista debe callar.
Reitero: siento que ahora somos más los que, también en este plano, exigimos justicia. Y yo, como algunos otros, lo podemos exigir desde una trayectoria donde recibimos escasísimos salarios y furibundos garrotazos en nuestra vida laboral para impedir que nuestra voz pudiera siquiera empañar la voz del poder dominante.
Me inicié en el periodismo hace más de cinco décadas y es mucha memoria la que acumulo como militante de las redacciones: diario La Hora (clausurado), Pueblo Unido (clausurado), Soluciones (clausurado), Revista Che (clausurada), Editorial Cartago (clausurada), Distribuidora Impulso (clausurada), Propósitos (varias veces clausurado), Nuestra Palabra (clausurada), Informe (redacción asaltada por un “grupo de tareas” de la dictadura genocida que asesina a uno de mis compañeros, el periodista Román Mentaberry), muchos años pasé cambiando domicilios para despistar persecuciones, muchos años pasé distribuyendo periodismo clandestino y mirando a mis espaldas, he sido víctima de jueces cómplices, conocí cárceles en varias dictaduras y gobiernos civiles “democráticos”...
En esos años pude verificar “en carne propia” lo que significó el monopolio de Papel Prensa a favor de Clarín y La Nación y en detrimento de los que queríamos divulgar otro mensaje, el de la democracia del pueblo, el de la soberanía y la liberación, el mensaje de la unidad antiimperialista.
Ninguna de estas clausuras, cárceles y asesinato divulgaron esos medios que se llenan la boca de “libertad” y “prensa independiente”.
Esa dictadura, por lo tanto, la he vivido, la he sentido en mis entrañas, en mi cotidianeidad.
Han pasado por esa vida periodistas extraordinarios, que han dado la vida por sus principios y por la dignidad en nuestra profesión. Pero además pasaron otros, lo recuerdo bien, que llegaban al ejercicio del periodismo desde posiciones de izquierda, puteando a monopolios y a la censura y que luego, por dinero, se acomodaron a lo que quería Clarín y hoy asoman como columnistas destacados del servilismo informativo de la mafia. Sí, recuerdo cuando desde ese trono donde llegaron alquilándose o vendiéndose, nos trataban de “pelotudos” y de “pobres infelices” porque seguíamos en la difícil, no transando.
Ellos se han traicionado a sí mismos, pisotearon su dignidad, eligieron la mentira del monopolio ¿Qué tienen para dejarles a sus hijos? Sólo herencias materiales y muy poca moral.
Los periodistas, por su condición particular, son propaladores de ideas, son formadores de opinión pública. Papel Prensa, los medios dominantes, el poder político y económico, no me dejaron –a mi y a muchos otros- competir en igualdad de condiciones. Me cerraron caminos durante décadas.
Y por eso hoy me siento bien, creo que es el artículo que he escrito con más satisfacción en mi vida porque comenzamos a darle batalla en escala mayor a esa mafia. De todos modos, falta mucho. Será una pelea durísima, quizás la más dura, porque el Grupo Clarín tiene ramificaciones profundas en todos lados, a nivel político, a nivel judicial y sobre todo en los servicios de inteligencia (nacionales y extranjeros). Pero le hemos abierto una brecha, y ninguno de mis colegas debe quedar al margen: démosle batalla al enemigo principal, el que convierte en “realidad” la mentira que le conviene al poder económico.






martes, 10 de agosto de 2010

El fin de los bueyes gordos

10 de agosto de 1896, huelga ferroviaria.






Crónica de una época en la que una huelga de los obreros del riel se extendió a la industria y puso fin a la quietud conservadora.

Por Arturo M. Lozza


En las postrimerías del siglo XIX se multiplicaba la fiebre inversora de las compañías británicas y más de la mitad de sus capitales llegados a la Argentina iba al negocio ferroviario. Los rieles se expandieron de 2.516 km en 1880 a más de 15.000 antes de que asomara el 1900. Pero mientras en 1880 el gobierno nacional y algunas provincias administraban el 50% de los ferrocarriles, hacia final de la década sólo retenían el 20%, debido a la adjudicación de nuevas áreas al capital extranjero. Asociada al capital inglés crecían aceleradamente las fortunas de la oligarquía. Ya se contabilizaban 22 millones de vacunos y 75 millones de ovinos.
Las aristocráticas familias terratenientes, los Iturraspe, Madariaga, Anchorena, Benberg, Perkins, los Cavannagh, Martínez de Hoz, Menéndez Behety, Santamarina, Bosch, Reutemann, Cobo, Duhau, Gowland, los Lezica, Duncan, Alvear y los Murphy, entre unos más, se aglutinaban en la naciente Sociedad Rural y conformaban con el capital inglés la alianza del poder político y económico.
La “gente bien” enriquecía con la explotación del inmigrante pero no le toleraba trasgresiones a esa masa explotada convertida en clase obrera. El diario “La Capital” del 20 de octubre de 1884 recogía, precisamente, una de las tantas demandas de las damas de la aristocracia y pedía al doctor Somoza, dueño de una línea de tranvías a tracción, que “haga guardar un poco mas de orden a los cocheros y mayorales del tramway” porque diariamente “vemos que los cocheros al tocar la corneta imitan las milongas y otras sonatas del peringundin”.
Por supuesto, llegarían en poco tiempo trasgresiones más importantes, porque comenzarían a organizarse los sindicatos que con sus exigencias de justicia romperían el orden conservador.
Mientras tanto, lo que se celebraba era la fiesta del “buey gordo”, todo un símbolo de “progreso” de las clases ganaderas pudientes: al animal más voluminoso de cada comarca –y no los había más voluminosos en todo el mundo- se lo paseaba por las arterias centrales. Era una ridícula mole de carne y fuerza, que iba recubierto con manto de seda andando en medio de una procesión que partía desde la casa del gobernador y hacia acto de presencia, una a una, en las casas de las más distinguidas familias de alcurnia. Atrás iba la infaltable banda de músicos, luego jinetes emperifollados de platería y, mas atrás, un carruaje portador de banderas de varios países con niñas que repartían flores entre el gentío. La farándula era algo así como la risotada burlona bajo cuyo antifaz se había desatado la más fantástica locura especulativa. Porque allí por donde transitara una locomotora, el suelo se convertía en oro.
El maquinista Carlos Smith, a todo esto, cumplía a diario con eficiencia su honorable función de conductor del principal tren a Rosario, las pitadas de su locomotora iban marcando el ritmo de un país llamado “granero del mundo” pero que ya empezaba a hablar de huelgas, huelga de tipógrafos, panaderos, peones, aguateros… Smith no era parte de esa rebeldía, se sentía seguro sobre la mole de hierro y no entendía mucho de paros y de demandas obreras, hasta que un maldito día se le cruzó un transeúnte en el cruce de vías. Cuando accionó el freno, ya entre las ruedas y el eje delantero yacían los restos de la persona que se había atrevido a quebrarle el ritmo al ahora angustiado Smith, a quien, por haber atropellado al infeliz, lo condujeron detenido a Buenos Aires. Y quiso el destino que su detención provocara la primer huelga que haya conocido hasta entonces la historia del ferrocarril. Todos los maquinistas de la línea se solidarizaron con Smith, paralizaron el servicio del Ferrocarril Central Argentino, los cargamentos de cereal no llegarían al puerto. “Si el compañero Smith no es liberado, no habrá trenes”. El maquinista recuperó la libertad, pero la huelga –que se prolongó por tres días- no se levanto hasta que fue trasladado nuevamente a Rosario y elevado en andas por sus compañeros. La empresa Ferrocarril Central Argentino, de capital Ingles, conoció por primera vez la fuerza de los trabajadores en Argentina, a tal punto que debió fletar un tren especial a Rosario, exclusivo para Smith quien, sin haberlo pretendido, se había convertido en el principal protagonista del primer triunfo sindical de los trabajadores del riel. Ese sería, sin embargo, solo un preaviso…
Llegaron años muy agitados. Dejaron de festejarse a los bueyes gordos. Los radicales de Leandro N. Alem protagonizaban fracasadas sublevaciones. El conflicto fronterizo con Chile amenazaba con la guerra, y los “nacionalistas” de la oligarquía proponían que el general Roca asumiera otra vez la presidencia porque –decían- si había exterminado a la indiada, bien podría hacer lo propio con los chilenos. Corría 1896. Gobernaba José Evaristo Uriburu. Alem, líder popular y de las sublevaciones, se pegaba un tiro. La epidemia de fiebre amarilla hacía estragos, y desde Cardiff llegaba al puerto de Buenos Aires un cargamento de 4,768 toneladas de carbón inglés para alimentar locomotoras.
El poder respondía habitualmente con represión a las demandas, pero los trabajadores de los distintos oficios, en su mayoría emigrados de Europa, se iban templando en los enfrentamientos, unos victoriosos y otros derrotados.
Por primera vez la pelea de un gremio, el de los yeseros, lograría la jornada de 8 horas y aumento de salarios. Se avecinaba el turno de los ferroviarios.
Todo comenzó en los talleres de Tolosa del Ferrocarril del Oeste (cerca de La Plata), que era, con el de Solá, los más grandes de Argentina. Como se estilaba hacer, sus 700 obreros calificados y los peones presentaron un petitorio reclamando la implantación de las ocho horas de trabajo sin modificación de los salarios, la supresión del trabajo por pieza, la anulación del trabajo en los días domingos, y el pago doble de las horas extras, que debían realizarse sólo en casos excepcionales. La respuesta de la empresa fue una rotunda negativa. En consecuencia, el 10 de agosto de 1896 los principales referentes de la demanda subieron a la gran mesada giratoria de locomotoras y desde allí, dominando el perímetro de los 22.000 metros cuadrados del galpón principal, llamaron a asamblea y entre proclamas se convocó al inicio de la huelga.
Las patronales británicas pidieron represión, hubo un desmesurado despliegue de fuerzas policiales y la respuesta se dio en una nueva asamblea: mantener el paro y pedir solidaridad a todos los talleres ferroviarios de la República.
Los primeros en hacerse eco del llamado fueron los ajustadores de los talleres de Caballito, pero ¿qué harían los de Talleres Solá? El 13 de agosto sus 1.000 trabajadores votaron en asamblea un petitorio como el de Tolosa. Otra vez la negativa de la compañía británica y Solá paralizó los talleres. La huelga asomaba con fuerza. De una estación a otra, en morse, los ferroviarios trasmitían el estallido de la lucha y proponían la adhesión. (Cuando se reconstruya esta historia en profundidad, seguramente habrá que hablar de esas trasmisoras como vehículo de solidaridad obrera a través de las enormes distancias).
Hasta entonces, la mayor adhesión llegaba desde los talleres ya que el conflicto se había extendido a los de los ferrocarriles Sur, Oeste, Buenos Aires y Ensenada, Central Argentino, Buenos Aires y Rosario, Rosario y Pacífico, Santafesino, Central Norte y Córdoba. Se sumaban los ferroviarios de talleres Quilmes, Junín y Rosario; paralizaron tareas los cambistas de La Plata y Tolosa y las cuadrillas volantes o “golondrinas” de esta localidad.
Y fue que desde el segmento de los servicios ferroviarios la lucha se empezó a propagar hacia la industria. El 15 de agosto se plegaron las fábricas siderúrgicas privadas de Bosch, Shaw y Fénix -fundiciones que hacían trabajos para los ferrocarriles-, también adhirieron los obreros del Frigorífico La Negra, los astilleros La Platense, los trabajadores de Alpargatas de la calle Defensa en la Capital, junto a operarios de los talleres de tranvías, los carboneros de Almirante Brown, Casa Amarilla y Constitución.
Cuentan las crónicas que las asambleas determinaban petitorios y designaban comisiones para conectarse con todos los sectores. Las patronales requirieron del gobierno una actitud más dura, porque tamaña trasgresión al orden establecido se les estaba filtrando de las manos. Ya no era simplemente la corneta del tranvía que imitaba milongas del peringundín: esos agitadores le estaban disputando ganancias al capital inglés.
Es que ya sumaban más de 20.000 los trabajadores en huelga general. Lo del maquinista Smith había quedado a la altura de un poroto.
En ese agosto de 1896 no había organización nacional ferroviaria, pero los trabajadores hacían oír su voz masivamente y con decisión organizativa porque pensaban, ya entonces, en un futuro diferente.
Las patronales abrieron el registro para tomar nuevo personal. Colocaron avisos en Génova, Italia, proponiendo trabajo en Argentina.
A raíz de que existía un Comité de La Internacional –que ya en 1890 había convocado a movilizarse los 1º de Mayo- la mayoría de los trabajadores genoveses, enterados de la lucha de los obreros del riel en nuestro país, rechazaron la oferta para no carnerear. Otros, sin embargo, aceptarían empujados por el hambre.
Los huelguistas de Tolosa comenzaron entonces a combatir a los carneros, a los “crumiros” rompehuelgas –así los llamaban-, y a las asambleas, movilizaciones y luchas callejeras se le sumaron las acciones de sabotaje.
Hacia finales de agosto se adhirieron nuevos sectores: los obreros de Bragado, Burzaco, estación Las Flores y la fundición El Carmen. Las mujeres alpargateras de la fábrica La Argentina estaban en huelga y asamblea permanente. En Barracas al Norte, las “principales fábricas han apagado sus fuegos” –decían las crónicas- por no tener un solo hombre que les trabaje. Según informó “La Nación” esos días, en ocho establecimientos los empresarios cedieron ante las demandas y mejoraron las condiciones laborales.
Para unificar y dirigir el conflicto, las aún escasas organizaciones sindicales constituidas de ferroviarios crearon un Comité Mixto integrado por huelguistas de los diferentes talleres, pero el desgaste era enorme. Sin salarios y bajo terribles carencias, los obreros fueron cediendo.
El último reducto fueron los talleres Solá, donde 3.500 obreros y sus familias sostenían la lucha para impedir el ingreso de rompehuelgas. El anuncio de la inminente llegada de 500 obreros italianos contribuyó a debilitarlos. Luego de tres meses de resistencia, se perdía la batalla.
La patronal exigía al gobierno expulsar al elemento extranjero que producía estos levantamientos. Esto se concretaría seis años después con la sanción de la ley 4144, de Residencia, que posibilitó la expulsión de grandes dirigentes sindicales y políticos.
Estas historias de ferroviarios fueron recopiladas en libros de Plácido Grela, Sebastian Marotta, Juan Carlos Cena, Mario Gasparri y en otro de mi autoría.
Las represiones contra los trabajadores llegaron a niveles sangrientos. Aparecieron los contingentes de la denominada Liga Patriótica, una fuerza de choque “nacionalista” organizada por la oligarquía para asesinar y romper los movimientos de protesta.
Esta era la Argentina del Centenario, la de los “bueyes gordos”, la que Biolcati alabó al inaugurar la última exposición de La Rural. Es una Argentina a la que no queremos volver, y a la que queremos liberada y sin oligarcas. Porque somos los herederos de aquellos huelguistas
que mostraban, ya hace más de un siglo, que la clase obrera pasaba a ser una de las principales protagonistas de nuestra historia y que no aceptaba las sumisiones.


Los talleres de Tolosa



Bajo la dirección del ingeniero Otto Krausse, las obras de los Talleres de Tolosa fueron inauguradas en 1887, en el 30 aniversario del primer ferrocarril argentino. Constaban de una serie de instalaciones con una superficie de 22.000 metros cuadrados. Poseía mesa giratoria, galpón radial de locomotoras, playa de vías, abastecimiento de agua y generación de vapor y electricidad, depósitos e instalaciones complementarias. Su capacidad de guarda era de 24 locomotoras y 90 coches de pasajeros. A fines de la década del 40, funcionó allí la fábrica de locomotoras que, bajo la conducción del ingeniero Livio Porta, comenzó a gestar, junto a trabajadores, técnicos y profesionales, la construcción de la primera locomotora a vapor argentina. En Tolosa nació la máquina cuatro cilindros “Presidente Perón”, que luego fue rebautizada como “La Argentina”. La máquina estaba dotada con elementos técnicos de avanzada, posibilitaba la utilización del carbón de Río Turbio con enormes economías y su puesta en marcha originó una revolución en el mundo ferroviario.
Sin embargo, llegaría el Plan Larkin del Banco Mundial y en 1958 la fábrica fue totalmente desmantelada.

jueves, 5 de agosto de 2010

Entidades financieras, es hora de terminar con los esquemas de Martínez de Hoz

A quien quiera colaborar, aquí va texto de una solicitud que estamos haciendo circular en apoyo de la reforma financiera. Esencialmente se trata de derogar la ley de Martinez de Hoz, aun vigente. (ver artículo en este blog sobre entidades financieras).
La pueden hacer circular o devolvermela a mi con el nombre y número de documento.


Señor Presidente de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, Dr. Eduardo Fellner


De nuestra mayor consideración:

Tenemos el agrado de dirigirnos a Ud., para expresar la adhesión al Proyecto de Ley de Servicios Financieros para el Desarrollo Económico y Social, presentado por el diputado nacional Carlos Heller y el Bloque Nuevo Encuentro Popular y Solidario, porque coincidimos que la actividad financiera debe estar concebida como un servicio público, orientado a satisfacer las necesidades transaccionales, de ahorro y crédito de todos los habitantes de la Nación, y contribuir a su desarrollo económico y social.

Firma: Arturo M. Lozza
DNI 4.277.997

martes, 3 de agosto de 2010

Homenaje de Marta Morales en el 10º aniversario del suicidio del Dr René Favaloro


Era la época de la pizza con champagna.
Putas, jugadores empedernidos,
coimeros, mediáticos, empresarios corruptos.
Ninguno valía nada, ni su peso en aire,
pero desfilaban por Olivos.

René Favaloro hacía pasillo.
Su Fundación necesitaba ayuda

Los gastos eran inmensos. El pais se remataba a pasos agigantados.
Menem se creía un enviado de Alá.
Ya no teníamos petróleo, carbón, acero.
Los sueños del General Savio
quedaron hechos trizas en manos privadas.
San Nicolás se llenó de pequeños emprendimientos
que naufragaban irremediablemente.
No había plata en San Nicolás..
Se inventaron una virgen para sobrevivir.

René Favaloro hacía pasillo
Seguía operando, muchas veces gratis

María julia posó desnuda debajo de su zorro
muerto para su lujuria.
María Julia prometió limpiar el riachuelo en cien días.
Menem le dio plata. Mucha plata.
Las lentejuelas de la “Yuyito González” al turco
se le pegaban en la cara y las patillas todas las noches.
Menem le daba plata, mucha plata.
maría Julia nunca limpió nada.
más zorros fueron ultimados.
La Yuyito hoy es una piltrafa.

Reneé Favaloro hacía pasillo.
Quería que el PAMI le abonara la deuda que tenía con su Fundación

Nos quedamos sin servicios de nada.
Españoles telefónicos, luz de multinacionales,
aguas de la oligarquía,
rutas ya no mas argentinas ni de Spinetta.
El PÀMI era una fiesta de petisos y dirigentes feas e ignorantes.
Dientudas como una piraña.

Reneé Favaloro hacía pasillo.
Tocaba fondo su fundación.

Menem tenía un inodoro- trono revestido en oro en el Tango1
Toni, su peluquero, entretejía pelos en su calvicie.
Teníamos relaciones carnales con el poder yanqui.
Menem apoyaba descabellados proyectos bélicos.
Traficaba armas y algo más.

Reneé Favaloro hacía pasillo.
Ya no pensaba, Estaba deprimido

Menem se fue. Subió el más inútil. Autista.
Fernando de la Rúa
El que dijo ser “el médico del pueblo” y “se acabó la fiesta"

René Favaloro hacía pasillo.
Creía que Fernando era un amigo.

De la Rúa hijo se cogía a Shakira
Y el carnaval seguía. Las arcas se vaciaban.
La gente empezaba a inquietarse
Los fogoneros encendieron las noches.
Rubén Patagonia le cantó a Cutral Co
El kaos seguía.

René Favaloro hacía pasillo.
Un día se cansó y escribió una carta a De la Rúa
Siguió creyendo que era un amigo
Nada, nunca una respuesta
Reneé Favaloro se cansó de esperar.
Tantos años y ninguna respuesta.
El 29 de julio del 2000 se disparó un tiro con su escopeta.
Allí, en su corazón.






BIOGRAFÍA DE UN GRANDE
DR RENE FAVALORO
1923-2000

Nació y se crió en el barrio “El Mondongo” en La Plata , Argentina. Tuvo una infancia muy humilde. René Favaloro siempre estuvo comprometido con el conocimiento, gracias en parte a su abuela materna, que le transmitió su amor por la naturaleza y la emoción al ver cuándo las semillas comenzaban a dar sus frutos. A ella le dedicaría su tesis del doctorado: "A mi abuela Cesárea, que me enseñó a ver belleza hasta en una pobre rama seca". Al finalizar la escuela secundaria ingresó en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. En el tercer año comenzó las concurrencias al Hospital Policlínico y con ellas se acrecentó su vocación al tomar contacto por primera vez con los pacientes. Nunca se limitaba a cumplir con lo requerido por el programa, ya que, por las tardes, volvía para ver la evolución de los pacientes y conversar con ellos, la mayoría de condición humilde. Como no quería desaprovechar la experiencia, con frecuencia permanecía en actividad durante 48 o 72 horas seguidas.

Médico Rural Por ese entonces llegó una carta de un tío de Jacinto Aráuz, un pequeño pueblo de 3.500 habitantes en una zona muy rica de La Pampa. Explicaba que el único médico que atendía la población, el doctor Dardo Rachou Vega, estaba enfermo y necesitaba viajar a Buenos Aires para su tratamiento. Le pedía a su sobrino René que lo reemplazara aunque más no fuera por dos o tres meses. Favaloro se encontró ante una decisión difícil. aceptó la oferta. Favaloro y su pasión por la cirugía toráxica Favaloro leía con interés las últimas publicaciones médicas y cada tanto volvía a La Plata para actualizar sus conocimientos. Quedaba impactado con las primeras intervenciones cardiovasculares. Poco a poco fue renaciendo en él el entusiasmo por la cirugía torácica, a la vez que iba dándole forma a la idea de terminar con su práctica de médico rural y viajar a los Estados Unidos para hacer una especialización. Quería participar de la revolución y no ser un mero observador. En uno de sus viajes a La Plata le manifestó ese deseo al Profesor Mainetti, quien le aconsejó que el lugar indicado era la Cleveland Clinic. Si bien al principio tuvo dudas con respecto a dejar su profesión de médico rural pensó que al regresar de Estados Unidos su contribución a la comunidad podría ser aun mayor. Con pocos recursos y un inglés incipiente, se decidió a viajar a Cleveland. Trabajó primero como residente y luego como miembro del equipo de cirugía, en colaboración con los doctores Donald B. Effler, jefe de cirugía cardiovascular, F. Mason Sones, Jr., a cargo del Laboratorio de Cineangiografía y William L. Proudfit, jefe del Departamento de Cardiología. Al principio la mayor parte de su trabajo se relacionaba con la enfermedad valvular y congénita. Pero posteriormente se interesó en otras áreas. Todos los días, apenas terminaba su labor en la sala de cirugía, Favaloro pasaba horas y horas revisando cinecoronarioangiografías y estudiando la anatomía de las arterias coronarias y su relación con el músculo cardíaco. El laboratorio de Sones, padre de la arteriografía coronaria, tenía la colección más importante de cineangiografías de los Estados Unidos. La creación de la Fundación Favaloro En 1971 Favaloro regresó a la Argentina con el sueño de desarrollar un centro de excelencia similar al de la Cleveland Clinic , que combinara la atención médica, la investigación y la educación. Con ese objetivo creó la Fundación Favaloro en 1975 junto con otros colaboradores. Uno de sus mayores orgullos fue el de haber formado más de cuatrocientos cincuenta residentes provenientes de todos los puntos de la Argentina y de América latina (Alumni). Contribuyó a elevar el nivel de la especialidad en beneficio de los pacientes mediante innumerables cursos, seminarios y congresos organizados por la Fundación , entre los que se destaca Cardiología para el Consultante, que tiene lugar cada dos años. En 1980 Favaloro creó el Laboratorio de Investigación Básica -al que financió con dinero propio durante un largo período- que, en ese entonces, dependía del Departamento de Investigación y Docencia de la Fundación Favaloro. Con posterioridad, pasó a ser el Instituto de Investigación en Ciencias Básicas del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, que, a su vez, dio lugar, en agosto de 1998, a la creación de la Universidad Favaloro. Participación en la CONADEP Fue uno de los integrantes de la CONADEP , que investigó los crímenes cometidos por la última dictadura. Finalmente renunció a participar por una diferencia de criterios. Él consideraba que los crímenes ya habían comenzado antes de la dictadura militar, tanto por elementos subversivos cuanto por personas vinculadas al Estado, y que todos ellos también debían ser juzgado

El suicidio de Favaloro

No hubo uno, sino múltiples motivos de su decisión. Tenía 77 años. Había quedado viudo en 1998. Estaba deprimido por las deudas de su Fundación, donde había empezado a funcionar un comité de crisis. Acababa de ver la lista de personas que iban a ser despedidas. Se le había muerto un paciente el día anterior.
*Mientras empuñaba ese revólver, una carta al presidente De la Rúa dormía en un cajón de la Casa Rosada. Nunca fue publicada en un diario. Decía:Estimado Fernando:"Te escribo estas líneas porque nuestra Fundación está al borde de la quiebra . Tenemos emergencias ineludibles que deben solucionarse en los próximos días. Necesitamos alrededor de seis millones de pesos.No tengo conexiones con el empresariado argentino. a veces choco con algunos 'peces gordos' como Amalita o Goyo Perez Companc. Por eso, uno de los pedidos que te hice en nuestra última charla era que utilizaras tu influencia para conseguir la ayuda que tanto necesitamos.En fin, te ruego que influyas para conseguir una donación urgente, creo que es el camino más corto. Perdoname por el pedido. Te escribo desde la desesperación. Nunca en mi vida estuve tan deprimido. Con el afecto de siempre, René Favaloro".*Despues de siete años, De la Rúa acepta que no leyó la carta a tiempo, pero rechaza las imputaciones sobre falta de apoyo oficial: "De ningún modo hubo abandono a Favaloro. Al contrario, estábamos encima. Teníamos una relación de mucho afecto y amistad. Fue mi asesor en la Nación y en la Ciudad ".. Obras escritas de Favaloro * René Favaloro publicó más de trescientos trabajos de su especialidad. * Debido a su pasión por la historia llegó a escribir dos libros de investigación y divulgación sobre el General San Martín. * Surgical Treatment of Coronary Arteriosclerosis. Fue publicado en Baltimore, EE.UU. por la editorial Williams & Wilkins en 1970. La versión en español fue titulada Tratamiento Quirúrgico de la Arteriosclerosis Coronaria y fue publicado por la editorial Intermédica en 1973 y la traducción fue realizada por Roberto Carlos Vedoya. * Recuerdos de un médico rural. Fue publicado en Buenos Aires, por Torres Agüero Editor en 1980. La ilustración de la tapa es de Hermenegildo Sabat. * ¿Conoce usted a San Martín? Publicado en 1986 en Buenos Aires por Torres Agüero Editor. * La Memoria de Guayaquil. Fue publicado en Buenos Aires, por Torres Agüero Editor en 1991. * De La Pampa a los Estados Unidos. Fue publicado por primera vez en 1992 y la octava edición salió en 1996 a través de la Editorial Sudamericana. La versión en inglés fue titulada The Challenging Dream of Heart Surgery fue publicado en Boston, EE.UU. por Little, Brown and Company en 1994 y la traducción al inglés fue realizada por Peter Willshaw. * Don Pedro y la Educación es un libro publicado en Buenos Aires, por el Centro Editor de la Fundación Favaloro en 1994.

FUENTES DE MARTA MORALES: FUNDACION FAVALORO

LA MAGA

Una madrugada de enero, los Trasnochadores del banco fueron protagonistas de un hecho que hubiera desvelado al habitante más osado que haya circulado por el barrio del Congreso en el mismísimo kilómetro cero de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero para entender lo sucedido, previamente hay que saber dos cosas: que en otras épocas, frente a ese banco en la Plaza de los Dos Congresos donde esperaban la madrugada los Trasnochadores, se encontraba la entonces Caja Nacional de Ahorro Postal con su Biblioteca, reducto del poeta Edgar Bayley, designado director del lugar ; y que los Trasnochadores del Banco no eran como otros seres nocturnos que esperaban el amanecer para volver a sus habitáculos sanos y salvos. No, no, estos trasnochadores aguardaban el amanecer celebrando el arte. Bebían en homenaje a la poesía, la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el canto, el cine y la palabra. Sobre todo, la palabra.
-- Mirá, Marta, allí está la ventana donde trabajaba Edgar Bayley. ¿Era tu suegro, no?
-- Osvaldo, por favor, no convoques, no juegues con el torturado espíritu de ese poeta-, pidió Marta.
Pero él hizo caso omiso de la súplica, levantó su botella de cerveza y, mirando a la ventana, comenzó a recitar La Avalancha , uno de los más bellos poemas del poeta:

que corran allá abajo las aguas turbulentas
quiero arraigar aquí en esta tierra
y tañer mi campana
buscando el celeste el bermellón
la escalera de mano que lleva hasta el altillo
la lluvia próxima
la habitación vacía
y el arroyo de donde llega el rumor de la avalancha

que corra allá abajo la claridad de las plantas
y se agite la cortina en la última pared
y sobre los techos aniden el colibrí y el tordo
éste es el mundo
a esta hora en que cae la noche
y crece la avalancha y el fragor de la luna
cuando lámparas y azaleas se encuentran y se huyen
se cierran las ventanas
y llaman a los niños dispersos por el parque
ésta es la hora
para el bermellón y el celeste
para el tordo y el colibrí

--Edgar, ¡cómo te cagaste en los puntos y comas, como Joyce! –exclamó Osvaldo para poner punto final al poema. Trató de mojarse los labios, y lanzó un gesto agrio al comprobar que la botella ya estaba vacía.
--Loca, ¿tenés un pesito? Se acabó la cerveza y quiero celebrar a tu suegro.
--Dejate de joder, parecés Tanguito… ¡Tomá y aguante la poesía!
Cuando Osvaldo regresó con tres botellas a cuestas, Marta sintió ese impulso por contar vínculos: --¿Sabían –dijo por fin- que Bayley fue el segundo marido de Matilde, mi suegra, concertista de piano y compositora de música dodecafónica? Ella estaba casada con un plástico de la época, Raúl Lozza, que derrumbó la pintura figurativa y creó las bases del arte concreto. Ese trío fue de nuestro palo. En los cuarenta –se entusiasmaba contando Marta- dieron vuelta al arte con sus vanguardias. Y en medio. hasta hubo una loca historia de amor. Matilde se enamoró perdidamente de Edgar y escaparon juntos…
--Pues entonces, Marta, vamos a dar vuelta la noche en honor a los artistas y las locuras de la trasgresión. ¡Salud! Brindo por los del cuarenta y el Arte Concreto.
Empinaron sendas botellas mientras la brisa filtraba por los corceles del monumento de la plaza. Hablaron de amores benditos y malditos, no sin antes atravesar los espacios de las divinidades paganas y de las noches trasfiguradas de Arnold Schönberg donde los conjuros a veces cristalizan. Bayley, que había muerto en cruel batalla con la cirrosis, escuchó su poema y con el brindis abandonó la prisión de metáforas, adjetivos y consonantes, se descolgó por la ventana, cruzó la calle Hipólito Irigoyen y se acercó al grupo. Le agradaron los desparpajos, las melenas, el banco de piedra tan frío y el olor de la cerveza. Para que ninguno se atreviera a sospechar que llegaba para apropiarse de la tercer cerveza, mostró una infaltable botella de whisky, el brebaje que había elegido para que lo acompañara en los instantes de creación. Se presentó y les propuso un brindis:--¡Por la poesía y mi cirrósis!-, susurró ronco y carraspeando. Lucía aun el bigote ancho, insolente, la barba recortada y teñida con el azulnegro de la noche.
Los Trasnochadores lo escucharon –y no lo dudan- cuando, envuelto en los delirios de la trasportación, dijo: --La que acá falta es la Maga , no se preocupen, pronto la verán.
Y asi como llegó, Edgar Bayley se fue remontando paredes. Si hasta les había golpeado su aliento agrio y picante.
--¿Que habrá querido decir?
--Es humor de fantasmas-, explicó Marta. Osvaldo empinó la botella.
Los trasnochadores advierten cada vez que cuentan la presencia de Edgar Bayley que, los que no quieran creer, que no crean. Pero lo cierto –aseguran- es que, efectivamente, esa noche de enero la Maga apareció por la vereda de la avenida Entre Ríos, posiblemente haya salido de la Biblioteca de la Caja o de la otra que está a dos cuadras, iba con el paso típico de toda maga que se precie de serlo, con pasitos gráciles pero firmes, mirando todo y a la vez sin ver a nadie, con figura frágil de cuarenta y nueve kilos y la incalculable edad de maga, ataviada con un hermosísimo vestido mexicano de mil volados y bordaduras que, seguramente, alguna descendiente del mejor artista de los aztecas, bordó exclusivamente para ella.
La conocían, era una figura tan familiar, tan de todos y a la vez de ninguno, porque la Maga era de la cultura universal, como la Beatrice del Dante. la Julieta de Skakespeare o la voz de Janis Joplin.
En una epoca, hace por lo menos cuarenta años, todas las mujeres querían ser La Maga. Todas querían poseer esa figura menuda, caminar por París y abrirse de piernas al amor y sentir en un beso la boca impregnada de pelos y babas, con ese sabor único que da el placer infinito del sexo, virtudes que Julio Cortázar le había concedido a los amores de la Maga.
Corrieron los Trasnochadores, se abalanzaron sobre ella, la invitaron a compartir la madrugada. Ella aceptó. Osvaldo le ofreció un buche de cerveza que ella rechazó elegantemente, porque, obvio, las magas solo beben pócimas mezcladas con la mejor champagna francesa.
Todos querían saber todo de la Maga , dónde, cómo, por qué, bajo que circunstancias ella conoció al tal Cortázar y bajo qué circunstancias fue que el escritor se inspiró en ella para crearla.
Un toquecito sintió Marta en su hombre, giró la cabeza y allí estaba el poeta escuchando. Luego tomó notas en un cuaderno. ¿Será que los poetas escriben sin necesitar la luz? En esa oportunidad de convocatoria, Bayley –que sabía quién era Marta- le explicó con un silencio que necesitaba
anonimato. Solo escuchar, apuntar en el cuaderno, que en ese instante no pretendía egolatría, ni siquiera la compañía de la cirrosis. La noche era única y bien podían esperar las elucubraciones acerca de qué esperar de poetas con ego.
La Maga, efectivamente, hizo revelaciones. Dijo que fue fruto de amores de conjuros en una noche de cábalas, que había nacido maga y con ese vestido impecable de mil volados, con sus prolijos zapatos blancos de tacones altísimos que –según confesó- a veces cambiaba por otros más bajitos, porque a las magas también les duelen los pies, sobre todo a ella que camina toda la noche. Contó, además, que solo se le permitía llevar una mochila donde portaba objetos terrenales que iba juntando de su convivencia con los humanos. Por ejemplo, contó que amaba los camisones y llevaba unos cuantos en su mochila, dijo también que le gustaba hacer regalos, y curiosamente, comer asado.
La Maga percibió la ansiedad del grupo y comenzó a narrar lo que todos querían escuchar, su encuentro con Cortázar. Fue –confesó- en una noche de neblinas parisinas que se cruzó con el escritor atravesando ambos el Jardín de las Tullerías. Cortázar le había preguntado en un perfecto francés “¿de qué país eres?”, ella le respondió también con su exquisito acento parisino (las magas dominan todos lo idiomas), que solo era una maga y que, por lo tanto, pertenecía a todos los lugares del mundo. Después, y sin mas, con una gentil inclinación de cabeza atravesó el Jardín de las Tullerías y desapareció por la niebla. Bayley escribía fervorosamente, no como periodista sino como escriben los poetas, casi en el aire.
Años después, en una escapada clandestina que hizo Cortázar a su amada Buenos Aires (ciudad que encontró devastada y sangrante), una fría noche de agosto la volvió a encontrar. La Maga estaba vestida igual, pero su mochila parecía más pesada, cargarla sobre los hombros le daba un aire más ausente todavía. Se saludaron. Tomaron un café (las magas aman el café) y ella le contó que en los años en que no se habían visto, su corazón de maga se había hecho añicos porque se enamoró y contrajo matrimonio por cuarenta días con un humano que solo jugó con sus sentimientos, contó que a raíz de tanto dolor perdió la sonrisa para siempre y que en cambio adquirió una afinadísima voz que le permite cantar cuando la convocan a reuniones donde prevalecen las charlas sobre arte, un don que le fue dado para paliar tanto desengaño.
Cortázar se emocionó con la historia, miró unos instantes al vacío, sonrió satisfecho con sus pensamientos, y luego tomando la pequeña mano de la maga, le susurro “prometo que nunca más vas a sufrir, te voy a convertir en un personaje tan famoso que todas las mujeres, en todas las épocas, van a querer ser la Maga ”. Se despidieron y jamás volvieron a verse.
Una madrugada, en los comienzos de los sesenta, precisamente en 1963, la Maga , deambulando por la calle Corrientes, escuchó en los bares, las confiterías y sobre todo en las mesas del café La Paz y en las salidas de los cines y teatros, que todas las mujeres hablaban con envidia del nuevo personaje de la novela recién editada por Julio Cortázar, Rayuela, cuyo personaje era la Maga.
Entró a una librería y metió un libro en su mochila. No lo compró porque las magas no manejan dinero y cuando necesitan algo se vuelven transparentes y lo toman. (No invisibles que para ellas es muy vulgar).
Allí se descubrió única. Era La Maga. Sonrío de nuevo. Desde ese día Rayuela está entre sus amadas pertenencias. La Maga recuperó su sonrisa y además conservó el otro don: jamás dejaría de cantar. Hoy se la puede encontrar en cuanto espacio cultural esté a su alcance, con su afinadísimo trino de zorzal, por supuesto, siempre y cuando sea una noche especial, donde confluyan Bayley y sus poemas, y los que celebran el arte con buches de cerveza en el banco de una plaza.
En aquella noche, el tiempo se colgó por instantes y luego volvió a la normalidad. La Maga había desaparecido, también Bayley con su cuaderno. Al poeta lo imaginaron trepando las paredes de la ex Caja peleándose con su yo y llamando a su amada Matilde para que le sostuviera la cirrosis que se hacía cada vez más insoportable por atrevida. De la Maga , ni un rastro, solo quedo colgando de enero su aroma de maga.
Osvaldo pidió, como pedía Tanguito, otro pesito para cerveza, y Marta cantó a Vinicius de Moraes en compás de bossa nova. Comenzaba el amanecer…
Doy fe que aquella noche existió, porque ninguno de los presentes, salvo yo, se dio cuenta que, sobre el pasto, muy cerca del banco de piedra frío, había quedado abandonada la botella de whisky vacíada por el poeta. Cuando el primer rayo de sol le dio de pleno, estalló en millones de partículas que se alejaron volando al cosmos.


MALU CALDEN

viernes, 23 de julio de 2010

J. D. Salinger: que no nos sea indiferente.

Por Arturo M. Lozza






Que no nos sea indiferente Jerome David Salinger. El escritor norteamericano, que inauguró un nuevo lenguaje en el relato, ha muerto a los 91 años, el 27 de enero. Desde que en 1951 se publicó su novela The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno, también traducida como El cazador oculto), J. D. Salinger se había convertido en el referente de una joven generación trasgresora que, inmersa y asfixiada en una sociedad insaciable, regida por leyes del mercado y hueca de humanismo, maldijo la hipocresía, la falsedad, la estupidez y la formal arrogancia que emanaban del imperio.
Quizás J. D. Salinger haya sido el punto de partida, o al menos una referencia inicial ineludible, de aquellos artistas e intelectuales que se rebelarían desde el territorio de los Estados Unidos contra la guerra de Vietnam en años donde se desplegaban el rock, el “realismo sucio” en la literatura de Bukovsky, los graffiti de Basquiat, luego el Apocalypse Now de Cóppola o Easy Rider (Buscando mi destino) de Dennis Hopper.
Que ninguno de ellos nos sean indiferentes, porque estamos hablando de grandes artistas, de símbolos de una rebeldía interna contra el sistema. Son nuestros, del movimiento popular y antiimperialista del planeta, como lo son aquí el troesma Osvaldo Pugliese, o Pappo, o el Charly García rasguñando las piedras, o el Fito Paez que cada vez más se escapa del pentagrama, y León Gieco, y Víctor Heredia, o el Roberto Arlt de los locos y el Tuñón de la ranura y de las lunas, o Raúl Lozza y su arte concreto y la cualimetría.
Si, pueden decir que estoy haciendo una mezcolanza caótica, pero ese caos es maravilloso, es un caos de la invención, de la búsqueda, del inconformismo, de la diversidad, y tiene una dirección: queremos el cambio y nos rebelamos contra esta sociedad capitalista mierdosa, hipócrita.
Estas grandes personalidades de la cultura han elegido ese camino trasgresor desde la calidad de su expresión artística. La “Negra” Sosa lo vio con claridad cuando supo unir, desde el cancionero, las expresiones populares del folklore y del rock.
En este segmento, Salinger fue un antifascista. Soldado voluntario, prestó servicios de contraespionaje en Inglaterra, desembarcó en Normandía, y persiguió agentes de la Gestapo y colaboracionistas franceses.
La guerra y sus horrores lo marcarían con dureza. Lo dejó traslucir en su primer éxito, aparecido en pleno macartismo: el cuento Día perfecto para el pez plátano, de 1948, donde a través de un diálogo telefónico asoma primero la superficialidad de la sociedad, para desembocar luego en el suicidio del veterano de guerra “loco”. Llegaría después El guardián entre el centeno, que lo colocó en una de las cumbres de las preferencias de los lectores, especialmente de la juventud.
Fue entonces que la gigantesca maquinaria publicitaria yanqui intentó apabullarlo, convertirlo en un mero “best seller” del sistema. La rechazó de plano, así como había rechazado el macartismo y la persecución de toda expresión que no estuviera acorde con el discurso feliz de la sociedad capitalista. Envuelto en la depresión, optó por renunciar a la vida pública de escritor, y muchas veces lo hizo airadamente. No quiso giras, ni presentación de libros, ni reportajes, ni congresos de sabihondos escribas. Salinger no era parte de esa maquinaria, detestaba la publicidad, la estupidez, y la corrupción del sistema. Y así murió, de muerte natural, en su residencia de New Hampshire.
En fin, se nos fue uno de los grandes. Le tocó vivir en los Estados Unidos, en el riñón del imperio, y a su manera, fue y será uno de los nuestros. Que no nos sea indiferente.

Crónicas de Nahuel González Lozza, mi nieto

Villazón (Bolivia) - Tarija (Bolivia)

Bolivia son las montañas y el miedo a caerse por ellas. Las montañas nos permiten descubrir que el país es gigante y que está replegado varias veces sobre sí mismo. Las distancias recorridas son cortas en línea recta pero interminables en sentido real. Todo Bolivia es montañas. A veces son verdes intangibles y en gran parte se vuelven doradas y rocosas. Y el miedo no es miedo en realidad. Es conmoción y cierto toque de melancolía. Quiero decir, no es rechazo a la muerte en el sentido instintivo o ambicioso, no. Es más bien el hecho de que, en un momento para nada esperado, se vuelve palpable el sentimiento de despedida final. A uno se le hace consciente la idea de que puede perder de repente, ahí, justo ahí, toda su absoluta existencia. Primero son las plantas contra el costado de un micro y luego son las palabras del viejo y sus viajes por el mar Caspio, en los que existen conductores turcos que alaban a su Dios en cada curva y cubren sus ojos con sus manos para sentirse ellos más cerca de Él. Y recordás los dictámenes de los puesteros, que los choferes de la sierra son los mejores, y van sin luces y siempre en la noche. Y está el que pincha un neumático y están los acantilados. Y las bocinas y las vacas; y los burros que se cruzan y las rocas: techos de rocas, paredes de rocas y millones de rocas que esperan abajo, en las fosas oscuras del abismo. Y están las curvas y el sueño. El sueño que tenés y el sueño que puede tener el que conduce. Y las cosas que pensás (cómo salvarte o a quién salvar) y las cosas que escuchás (que es imposible salvarte o salvar a alguien). Y de noche, a las tres de la madrugada, te despierta un rugido ensordecedor y ajeno a todos tus parámetros, y sentís el temblor de los asientos y del portaequipaje, y ves los vidrios a punto de estallar por la presión. Todo el vehículo se frota literalmente con las paredes rocosas del camino, como tratando de no caer en el vacío que se encuentra al otro lado. Y ahí, realmente sin hacerlo consciente, te empezás a manejar por instinto. Y al principio estás paralizado como un animal monitoreado y puesto a pruebas de laboratorio. No sabés adonde correr, ni de dónde agarrarte y esperás a que el resto comience a generar alguna corriente de salvataje. Pero pasa todo tan rápido, unos cinco segundos, que no queda, por lo menos en ese transcurso, más que cerrar los ojos y aferrarse a los posabrazos laterales. Y pensás que ya han pasado varios errores y te acordás de la pinchadura y las tumbitas al costado del camino, y las ramas que se quebraron con el pasar de tantos autos y ahí siguen, desamparando almas en estrepitosas retiradas mentales. ¡Me rindo! gritás a veces, con los ruidos, la velocidad, el chillido de los frenos que, sabés, le faltan líquido y pueden fallar. Y los animales sueltos que siguen cruzándose y el camino tan estrecho, de tierra blanda; y los que se dirigen de regreso, tan rápidos como vos y con luces que encandilan y te dejan ciego en los contornos del mundo. Y nuevamente los golpes metálicos y graves de las rocas contra las paredes y los vidrios del bus. Y después de todo, cuando ya no hay abismo y la carretera se vuelve ancha y segura, seguís intranquilo (incluso más que antes), y estás enojado porque ahora le debés la vida a algún destino bondadoso y pensás que hubieses preferido perecer allí, por lo menos para no tener que agradecerle a ninguna deidad (de esas que te hacen quedar como con cierta deuda eterna). Y te volcás a la merced de lo que no pasó pero que debería haber pasado. Estos momentos aseguran un cambio en tus pensamientos y te movés como por sobre algo prestado, algo que no te pertenece pero que de todas formas lo tienes. Eso, a partir de entonces, pasa a ser tu vida.
Así he regresado a la jungla, desde los maravillosos cielos bolivianos.

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Villamontes (Bolivia) - Camiri (Bolivia)


"Todo lo que escribí me ha pasado alguna vez.
Yo sólo controlo el grado de realidad que quiero que tengan mis palabras"
Ernest Hemingway

En silencio

Jaime supo que el Español iba a morirse pronto cuando lo vió por primera vez. Se despertó temprano en su día libre, dispuesto a terminar varios trabajos pendientes, entre ellos el de revocar con adobe el frente de su rancho. El río y el sol humedecían y resquebrajaban el barro continuamente y la casa debía tener un mantenimiento constante. Acomodó una taza y destapó una cacerola con sopa fría. Eso sí que le era más que consciente: el hambre no se dejaba camuflar. Hacía días que estaba viviendo con las últimas reservas. Pescar en el río ya no era como en otros tiempos. A pesar de faltarle un ojo y un brazo, Jaime se defendía excepcionalmente en el arte de la pesca. Había vivido sin ellos más tiempo que con ellos y podía controlar las redes a la perfección. El problema era que la gente ya no compraba pescados y las aguas del río estaban más turbias y violentas que de costumbre. De hecho, había optado por incorporarse a la flota de recolectores de residuos y transitar casi todos los días las angostas callejuelas del poblado, de ida pendiente arriba y de vuelta en caracol, por los barrios bajos de la planicie. Por lo menos así obtenía una mínima tajada de las regalías que las grandes corporaciones extranjeras brindaban a las comunidades de la selva, tan exquisitamente rica en hidrocarburos. Jaime descubrió al Español cuando se disponía servirse un segundo tazón de caldo y se acercó a la ventana que daba al río para tirar las cabezas de pollo descarnadas. Allí estaba, con el agua a la altura del pecho, casi llegando a la mitad de recorrido entre la orilla y el pedregal del piedemonte. Sus largos cabellos eran negros y estaban empapados de un lodo acuoso, rojizo, tanto como el resto de su atlético cuerpo. Parecía contento y se sumergía con gran habilidad en las oscuras aguas para emerger luego en intrépidas brazadas, quince o veinte metros río abajo.
Jaime se le quedó observando en silencio, atento a cada uno de los movimientos que generaba aquel extraño hombre.
- El río ya le está reconociendo -pensó- Espero no tener que salir rajao a socorrerle.
Estaba realmente resuelto a dar su vida por el visitante. A menudo se convencía inconscientemente de que un desconocido poseía cierto poder (de convocatoria y por temor a lo que no se conoce) dentro de un pueblo tan diminuto como lo era el suyo. Y tantos años había pasado allí mismo, sin recibir nada de sus congéneres, que buscaba conexiones más allá de los márgenes de la comuna.
Hacía más de veinte años, Jaime había formado parte del Pelotón de Muleros Fronterizos y se encargaba a tiempo completo de transportar todo tipo de mercancías clandestinas, desde los pantanales del Brasil hasta las Sierras Hondas de Paraguay y los tupidos montes del Chaco Grande. En aquellos días la vida diaria y cotidiana era un derroche abusivo de energía y debían suplirse de narcóticos para solventar la falta constante de ésta. No era fácil abrir caminos a machete pelado durante noches enteras, esquivando contrabandistas armados y metralletas paramilitares. Estaban, así, gran parte del día bajo los efectos de la cocaína y de la pasta base. Tenían muy poco tiempo para conseguir alimentos y conformaban turnos de recolección. Las mismas cargas explosivas que servían para volar canteras en busca de buenos minerales eran, a su vez, muy recomendables para la pesca masiva; y Jaime, pasado de psicotrópicos, se había enfrentado por última vez a los flujos violentos de un río, sosteniendo un cartucho de dinamita encendido que le fue imposible de controlar. Perdió la pista y su brazo izquierdo voló en pedazos junto con su ojo, el cual las aguas se tragaron como se tragan a las piedras que caen desde lo alto. Ahora le faltaba la cuarta parte de su rostro y uno de sus brazos no sabía nada más allá de su codo.
El Español estaba entero por fuera pero no había tantos como él en el sentido de la falta que arremetían sus pensamientos y sus búsquedas internas. Estaba sólo y recorría largas distancias buscando saciar la sed de su alma. Demasiados problemas había tenido en la vida y se le ocurrió que saliendo a recorrer las vastas extensiones "vírgenes y desconocidas" de Latinoamérica podría resolver algo o descubrir alguna cosa a la que hacerle frente. Y Jaime lo observó atentamente, desde su morada cercana al río, hasta que el hombre abandonó las aguas para perderse en la espesura de la selva.
La plaza del pueblo, arquetipo colonial, impuesto y estandarizado, era un buen lugar para hacer amistades. Ese fue el objetivo del Español cuando cayó la noche y no dudó en hacerse de un cargamento suficiente de bebidas alcohólicas y tabaco para quemar pipas con el que invitar y permitir la apertura de un encuentro oportuno a los habitantes del lugar.
Los primeros en acercarse fueron los maleantes de la feria, todos de altas conciencias y ternuras reprimidas. Robaban cuando podían y lo declaraban con cierto orgullo. Incluso hubo encontronazos recién comenzado el brindis, pues uno de ellos había sido identificado como perpetrador de un hurto cometido al primo de otro, hacía unos días. Después aparecieron la guitarra y algunos instrumentos de percusión. Llegaron los solteros, los machados, los punteros y la mafia. Parecía que todos los excluídos del pueblo, los que viven protejidos bajo las leyes de la selva, se habían congregado como por instinto en la glorieta de la plaza. Y recién cuando la mayoría se convenció de que el hombre extraño era de fiar y convenía estar a su lado, apearse a su bebida y exprimirle hasta el último centavo, pudieron hacer a un lado las diferencias físicas y lingüísticas para volcarse de lleno en intensas declaraciones grupales sobre las problemáticas del ser sometido. Y entre pregones flamencos y chaqueñas pegajosas se deleitaron comparando mezclas mediterráneas con tragos tropicales. Combinaban mangos, picantes y ron; jugos de tamarindo, coco, café y alcohol etílico; aceitunas y papayas; cachaza, caña y chocolate. No faltaban las bananas gigantes ni el pelón hervido en macerado de uvas. Ya a las dos horas, la pequeña reunión improvisada había adquirido las formas de una hermosa fiesta, llena de cantos, colores, abrazos y esperanzas. Y en ese momento llegó Jaime, que se sorprendió al ver al Español que entonaba, vivito como si nada, una guajira colombiana. Lo saludó con cuidado, pues no sabía nada de aquella persona y bien podían salir las cosas media a tirones. Pero el Español no era un mal hombre y parte de su búsqueda era la conexión que podía lograr con los habitantes del lugar. Fue así que apenas Jaime se convenció de que podía entablar una buena comunicación con el recién llegado, se soltó a declararle con cuánta atención lo había estado observando esa mañana en el río.
- Yo miraba como usted se metía al agua y se dejaba llevar por la corriente -le dijo- Yo veía que iba para un lado y luego volvía y se metía de vuelta, de cabeza, entre las rocas... yo estaba atento porque en cualquier momento el río se lo podía llevar y como usted no es de aquí, yo no me distraje por si le pasaba algo.
El Español le escuchaba con atención y soltaba bocados de vez en cuando, buscando alguna que otra respuesta.
¿Es peligroso el río?, ¿Siempre es así de caudaloso?, ¿Se han ahogado muchos por aquí?
Y todas las respuestas se respondían con un sí, claro y todo iba bien.
- El río es hembra y sólo se lleva a los hombres -aseguró Jaime- Juega con usted como hacía hoy ¿vió?. Le juega y le entretiene y usted no se da cuenta de nada, y el río lo busca y lo convence. Si se resiste, le da unos golpes de corriente o se calma de repente como para que usted se atreva a entrar más adentro. O le hace ver una roca muy buena para saltar y abajo se ocultan los remolinos que lo llevan a uno hasta el fondo -.
El Español estaba conmovido. Pocas veces había tenido la oportunidad de incorporarse tan amistosamente a un desconocido y todo el asunto le fascinaba por lo pintoresco que parecía. Alguien le estaba comentando cómo le había seguido los pasos cautelosamente por si a un río con conciencia se le ocurría apropiarse de su persona, y eso no era algo que se escuchase o sintiese todos los días.
- Todos saben que el río es hembra y que es poderoso -continuó el viejo- Hay algo que atrae a las mujeres y las reune cuando él (o ella) está por hacerse de un señor. La gran mayoría de las niñas del pueblo se congregan en la costa y se posan de cuclillas a observar cómo los hombres juegan en las aguas caudalosas hasta que se hunden y desaparecen. Ahorita mismo hay un buscado. Hace más de diez días que están meta dragar el lecho, desde la rompiente del pedregal hasta el salto de la Boca-toma, y no hay caso. Una vez que la Hembra se los lleva, ya no se los encuentra más.
- Pero, ¿nunca se ha ahogado ni una mujer? -preguntó el Español como queriendo encontrar una explicación razonable al asunto-
- No, nunca. -respondió Jaime tajantemente- Desde que llegaron los primeros habitantes aquí, jamás el río se ha llevado a una hembra; ¡y eso que nadan todingas! -.
Entendiendo que ya estaba bastante mareado por la ingesta extravagante, que incluso le pedía más desde su estómago, y como para despejarse un poco de tan increíbles declaraciones, el Español se paró tambaleándose y explicó al gentío tumultoso que iría hasta el mercado a conseguir más bebidas e ingredientes. Uno de ellos, Yor, dejó a un lado la guitarra y se dispuso a acompañarle. En el camino, se aseguró de que nadie los seguía y sacó de su cadera, oculto bajo la ropa, un pistolón recortado algo herrumbrado por el pasar de los años.
- No dude amigo en avisarme si alguno de estos hijos de su puta madre quiere aprovecharse de su buena fé. Aquí las cosas no son como parecen. Todos quieren tener algo y hacen lo que sea por conseguirlo -.
- Ajá... -respondió el Español, atónito por la búsqueda infranqueable de complicidad, tan requerida por todos en aquellas tierras.
Al regreso ya estaba como siempre, con un buen porcentaje de actuación y dramatismo que le permitía moverse con más libertad, usar palabras violentas y hacerse pasar, a su vez, por alguien un poco más subsistente que él mismo.
- ¡Meta, joder! -gritaba inmediatamente si alguien le miraba de reojo, buscando el permiso para servirse un trago.
Y la noche terminó casi sin problemas. Algún que otro altercado, como siempre violento por demás, pero bajo los códigos por todos conocidos. Jaime se despidió al amanecer, improvisando sobre un cante andaluz que el Español ejecutó con audacia en un charango. Habló sobre cómo se siente estar de por vida sometido, de las petroleras, de la basura, de la indiferencia y de los pescados.
Al día siguiente, y siendo fiel a su jornada matutina, el Español se desvistió y tanteó la temperatura del agua con sus dedos flacos. Pensó en seguir río arriba, lejos de la casa del viejo, para poder nadar un poco más relajado. Se perseguía imaginando que quizás, al provocar alguna que otra brazada violenta, Jaime saldría disparado a darle ayuda. Y realmente no quería que se molestáse con tanta actitud para con él, que sabía diferenciar muy bien una leyenda de un peligro verdadero. Además, transformar todo ese entorno de aguas turbulentas, costas rocosas, arenas fláccidas y cielos uniformes en algo mágico, vivo y con decisión propia, le llenaba de satisfacción pues la actividad recreativa de un simple chapuzón se volvía un desafío poderoso entre él y la naturaleza. Entonces recordó que Jaime debía estar rellenando un camión de basura por algún lugar y se sintió liberado de la presión moral que se le generaba cuando alguien lo tenía en cuenta.
El agua estaba exquisita a pesar del barro disuelto y era un gusto más que placentero el pararse firme sobre las arenas del fondo, imponiendo resistencia a las fuertes corrientes que surcaban por entre sus piernas. Estas provocaban un millar de burbujas, acompañadas de su característico gorgoteo ensordecedor; y dejarse llevar de espaldas sobre las aguas, mirando de reojo la vegetación, los márgenes del cauce que no distaban más de cincuenta metros y las crestas rocosas de los alrrededores, era maravilloso. Pensaba en ello como en una máquina capturadora de imágenes móviles, donde sus oídos sumergidos eran testigos de los sonidos del fondo. Y cuando creía que ya había recorrido bastante de esta manera, nadaba con fuerza hacia la orilla, corría por la línea de costa hasta el punto de partida y volvía a meterse a los saltos. Fue un golpe de suerte cuando descubrió que las corrientes cercanas al pedregal estaban más frías que las del resto del cauce. Lo sabía porque un flujo de contraretorno le había bañado con aquellas aguas de las rodillas para abajo. El sol le caía en línea recta y sentía transpirar su rostro a pesar de mojarlo repetidamente. Volvió a salir para dirigirse más atrás, de manera que pudiese llegar nadando a las piedras sin desviarse demasiado, y prestó poca atención al suelo arcilloso de la playa. A cada paso se enterraba hasta las rodillas y le costaba bastante continuar. Se le pasó por la mente la idea de que aquello podía ser el producto del aumento térmico, con el cual el barro se licuaba más velozmente que de costumbre. Entonces regresó al interior del río y decidió nadar desde allí hasta el pedregal. No había hecho ni veinte metros cuando cayó en la cuenta de que sus pies llegaban sin dificultad al fondo firme y llano. Estaba sobre un puente natural, formado seguramente por las óndulas que generaba la corriente turbulenta, de manera que los sedimentos se depositaban a rompiente, creando un pasaje elevado por el que se podía transitar muy bien hasta la corriente fría. Y en el preciso momento en que se le figuraron las palabras del viejo, repitiendo que el río era hembra y se llevaba sólo a los hombres, percibió como si éste hubiese leído sus pensamientos y una pequeña roca solitaria le desgarró la planta del pie derecho. Maldijo este movimiento equivocado y se dispuso a llegar a un montículo de areniscas, cercano a la orilla opuesta. Tenía que hacer mucha fuerza para posicionarse en línea pues, a pesar de hacer pie, el choque de las aguas contra su cuerpo era muy imponente. Miró hacia atrás para calcular qué distancia le resultaría menos trabajosa de atravesar y pudo divisar dos cabecitas que se asomaban por detrás de la ladera y se iban acercando a la costa.
- Son mujeres -pensó- ¡Me cago en la puta mierda! -y un dejo de temor y de vergüenza le provocó un calambre en la pierna herida. El fondo se volvió viscoso de repente y no tuvo más remedio que comenzar a pegar fuertes brazadas para mantenerse a flote. Ya estaba cansado y pesar del miedo y el nudo que ya se le formaba en la garganta, no perdía las esperanzas y hasta el último suspiro no creyó que era el final. Fuera del agua, el paisaje era tan hermoso y tranquilizante como siempre. Se convenció de que si se dejaba llevar por la corriente, podría alcanzar alguna de las ramas que veía se adentraban en el río, llegando a la curva que se formaba más adelante. Pero estuvo a punto de llegar a la arboleda, flotando de espaldas, cuando la dirección de las aguas cambió súbitamente, introduciéndolo a la zona más profunda y arremolinada del curso fangoso. Sus últimas reservas de energía las gastó tratando de no ridiculizarse haciendo un espectáculo torpe e inútil frente a la decena de niñas que observaban de cuclillas, en silencio, desde las orillas del río Hembra.

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Camiri (bolivia) - Charagua (Bolivia) - Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) - Cochabamba (Bolivia)

He descubierto que tengo un indicador interno que me avisa en qué momentos debo cambiar los rumbos. Cuando estoy demasiado tiempo en un lugar y no me queda más que esperar al tren que me saque hacia otro punto de la tierra, se me vienen los barcos y el mar a la cabeza. Comienzo a tener los mismos síntomas que padecía en la ciudad. Se me crea la necesidad feroz de embarcarme y zarpar al mar abierto para permanecer allí durante meses. Entonces caigo en otra crisis y vuelvo a creer en el amor, y las crestas violentas de las olas de mi océano furioso me revuelven hasta dejarme nauseabundo y sin destinos. Y penetro en la tan conocida cápsula de la incertidumbre, donde las cosas se vuelven estáticas y ya no sé si seguir o volver, y de qué manera vivir. Y pienso en Ella y pienso en Ellos. Y pasan las horas y más me doy cuenta de que puedo escribir una sola hoja con la problemática de un pueblo que ya me basta para la totalidad de Latinoamérica. Y me presento ante el ron con tamarindos, que de trago en trago me va aceptando y me resuelve hasta que salgo afuera y camino por la tierra de las calles para terminar en los tugurios de algún mercado clandestino. Y la noche se enmascara de luces y de música, y se abren las cantinas que congregan a la gente, y todos cantan y se entregan a la búsqueda constante de la liberación interna. Así aprendo de sus vidas y así me aceptan, enemistado con el futuro que no quiero tener. Y es de esta manera que puedo pasar la noche, asimilando filosofías e incorporando metas, trocando collares por colmillos de jaguar; teniendo la completa seguridad de que apenas sale el sol, siempre hay un tren que llega y un tren que parte.

Vida de revolucionario

Manuel Belgrano








Catedral de Buenos Aires se lee al final de la página 43, correspondiente al 4 de junio de 1770, que se “bautizó, puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3 del corriente: es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Peri y de doña Josefa González". Este es el primer dato histórico de aquel Manuel, hijo de adinerado comerciante genovés vinculado a intereses de la corona hispana, que moriría en la miseria medio siglo después –el 20 de junio de 1820- vapuleado por la oligarquía criolla que, en los momentos de la agonía, lo echó de Tucumán y lo obligó a hacer el extenuante viaje hasta Buenos Aires donde al fin expiró en la misma casona familiar donde había nacido, calle Pirán, hoy avenida Belgrano al 400.
Había sido el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y tres mujeres. Los varones fueron militares, sacerdotes o abogados. Manuel no escapó en los principios a las reglas de toda familia con fortuna, pero no tardó en diferenciarse a impulsos de una pasión y una sensibilidad proverbiales.
Su padre lo había enviado a España para que se instruyera en las cosas del comercio, pero además de eso Manuel se licenció en filosofía. Graduó como abogado, aunque más le interesaron las nuevas ideas económicas, las noticias de Francia y su revolución. Leía en latín, francés, italiano e inglés y, como solía decirse desde antaño, “cultivó su espíritu” no solo con las lecciones recibidas en las Cortes de España, sino sobre todo con las ideas reivindicatorias de la libertad y del liberalismo fisiocrático.
De regreso, fue designado Secretario perpetuo del Consulado, tenía 24 años. Pero desde ese sitio mostró ya su plenitud multifacética, apoyó la creación de establecimientos de enseñanza, como las Escuelas de Dibujo y de Náutica, redactó reglamentos, pronunció discursos, alentó las vocaciones nacientes y trató de dar solidez a estas escuelas, las que, alertada la corona, rápidamente fueron anuladas. Tradujo un libro de Economía Política, formó a jóvenes en tales cuestiones y contribuyó a la fundación del "Telégrafo Mercantil”. Hizo estudios sobre las “tierras de Truptu” –la lejana Patagonia- y aquellos estudios topográficos servirían años después al general San Martín para el cruce de la Cordillera de los Andes. El primer cañonazo del invasor inglés lanzó a Belgrano a la acción y ese filósofo, abogado, traductor de “espíritu cultivado”, educador y topógrafo, se puso botas, abandonó bufetes y se convirtió en capitán honorario de milicias urbanas. Belgrano fue el único de los miembros del Consulado que se negó a aceptar el dominio inglés. Fugó a la Banda Oriental y regresó después de la reconquista. Tuvo que ser sargento mayor del regimiento de Patricios, estudió rudimentos de milicia y manejo de armas. Durante la semana de mayo de 1810 fue decidido revolucionario, observó la vacilación de algunos, la fatiga de otros y, enardecido, les advirtió su inquebrantable propósito de imponerse, aunque tenga que recurrir a la violencia de las armas. Quedó en evidencia que a partir de entonces nada lo haría vacilar en su lucha contra el colonialismo. Lo nombraron vocal de la Primera Junta. Dos actos de este período subrayan su desinterés excepcional: cede su sueldo de vocal para financiar la expedición militar a Córdoba, y dona gran parte de sus libros para formar la Biblioteca Pública recién fundada por iniciativa de su amigo Mariano Moreno.
Llegan los momentos de epopeya, es nombrado comandante de la Expedición Auxiliadora al Paraguay. Al frente del ejército patriota atraviesa comarcas del litoral, nombra como su segundo a José Gervasio de Artigas y lanza un Reglamento que humaniza el trato a los indios, gana batallas, crea los símbolos patrios, lo derrotan en Huaqui, llegarán después los momentos del éxodo jujeño, de las batallas de Tucumán y Salta, de sus arengas y encuentros con los pueblos del norte en la resistencia a los godos, de las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma, de su encuentro en Yatasto con San Martín y la entrega del mando de las tropas.
Por sus convicciones, supo desobedecer órdenes cuando éstas significaban un retroceso de la revolución, pero fue también un disciplinado revolucionario cuando se trató de consagrar las ideas y la acción de la independencia. En fin, cada momento de la vida de Belgrano tiene su riqueza, el signo de su apasionamiento, de su entrega total a lo que él amaba, de allí que asumiera el papel que la revolución le ordenaba.
No tenía formación militar académica, pero tomó las armas y protagonizó momentos únicos en la sublevación contra la Corona española. Era abogado, pero la oligarquía en más de una oportunidad intentó encarcelarlo. Había solicitado su baja definitiva del ejército pero no se la concedieron, para someterlo en cambio a proceso, el cual nunca se substanció. Atacado de paludismo y dolorido por la actitud del gobierno central, se refugió en la quinta de un pariente, en San Isidro. Cree que su actuación pública ha terminado; en la soledad se dedica a escribir. Nace así su Autobiografía.
Pero vuelve a ser llamado, esta vez para cumplir misiones negociadoras en el exterior. Y a su regreso, en sesión secreta, el Congreso de Tucumán de 1816 escucha sus propuestas independentistas. Es designado al frente de las tropas en esa provincia y en una húmeda y desabrigada tienda de campaña Belgrano tiene en 1819 los primeros ataques de una enfermedad incurable, la hidropesía. Se despide de sus hombres, deja el mando, pero al poco tiempo un cuartelazo lo enfrenta con el vejamen: pretendieron arrestarlo y ponerle grillos. Sin recursos, enfermo, abandona Tucumán. Ese trayecto a Buenos Aires es trágico. Llega a la casona de su infancia y muere poco tiempo después.
El torbellino político absorbía la atención de la ciudad. Había ese 20 de junio "tres gobernadores", y casi nadie se enteró que se había extinguido la vida de Manuel Belgrano

La masacre de Rincón Bomba

Un genocidio ocultado por la historia

Por Arturo M. Lozza







Ocurrió en 1947. Fue un asesinato masivo protagonizado por gendarmes, y recién ahora entra en los canales de la justicia.


El genocidio de Rincón Bomba, Formosa, es uno de los crímenes más tapados de nuestra historia. Ocurrió en octubre de 1947, sesenta años atrás, pero recién comenzó a ser investigado hace tres años años por dos abogados, Julio Cesar García y Carlos Alberto Díaz, quienes a instancias de las comunidades pilagás presentaron el 1 de abril de 2005 una denuncia contra el Estado Nacional en el Juzgado Federal de Formosa por crímenes terribles contra el pueblo indígena.
Jorge Pedrozo y Fredy Trinidad, secretario y subsecretario, respectivamente, de la Asociación Judicial de Formosa, filial de la FJA, confirmaron la existencia de la causa y sostuvieron que la masacre contra el pueblo pilagá, que involucra además a los pueblos wichí, toba y mocoví, es uno más de la serie que se ha desatado contra los pueblos originarios, pero quizás haya sido el que arrojó mayor cantidad de muertes. El pueblo de Formosa –añadieron- exige que se haga justicia.
Antropólogos forenses, por orden judicial, comenzaron a realizar exhumaciones en Rincón Bomba, tierras de la gendarmería cercanas a la localidad de Las Lomitas, en donde hace sesenta años habrían sido enterrados cientos de cuerpos. De todos modos, los presupuestos para las excavaciones fueron escasos, y esto ha hecho que se retrase el total esclarecimiento de la masacre y que continúe tan tapada como los cuerpos enterrados en Rincón Bomba.
Veamos cómo sucedieron los acontecimientos.

Así fueron los hechos

En marzo de 1947 miles de hombres, mujeres y niños comenzaron la marcha desde Las Lomitas, en Formosa, hasta Tartagal, en Salta. Eran braceros pilagás, tobas, mocovíes y wichís. Les habían prometido trabajo en el Ingenio San Martín de El Tabacal, propiedad del magnate Robustiano Patrón Costas. Les iban a pagar 6 pesos por día. Eso justificaba esa caminada de días y noches, más de cien kilómetros con hambre, cargando penurias y humillaciones. En abril llegaron a El Tabacal, se instalaron en las inmediaciones y empezaron a trabajar en la caña de azúcar. A trabajar todos, mujeres y chicos también. Pero cuando fueron a cobrar llegó la estafa: les quisieron pagar solo 2,50 pesos por día. Los caciques protestaron. Pidieron un encuentro con don Robustiano o cualquiera otra autoridad del ingenio. Nadie los escuchó. Pocos días después, Patrón Costas dio la orden de echarlos sin ninguna consideración.
Miles de indígenas –se estima que eran 8.000- con escasísimos alimentos que les dieron pobladores de El Tabacal, emprendieron la retirada a Las Lomitas. Otros más de cien kilómetros a pié con níños, ancianos y el hambre que se fue acumulando en cuerpos huesudos y panzas desnutridas. Se instalaron en un descampado llamado Rincón Bomba, cercano al pueblo. Encontraron allí no sólo un madrejón que les proporcionaba agua, un recurso fundamental teniendo en cuenta el lugar hostil y las elevadas temperaturas, sino también compañía: ahí asentaban grupos de su misma etnia.
Estaban agotados y enfermos. Recuerdan algunas pocas crónicas de la época y lo confirman las presentaciones de los abogados García y Díaz, las madres indígenas recorrían las calles de Las Lomitas y de los parajes vecinos para pedir un poco de pan. La estafa que había protagonizado Patrón Costas contra los braceros se fue corriendo de boca en boca. Por aquel entonces Formosa no era provincia, los gobernantes eran designados por el poder central, es decir, por el presidente Juán D. Perón. Los pilagás decidieron formar una delegación para ir a pedir ayuda. Al frente se pusieron tres caciques, Nola Lagadick, Paulo Navarro (Pablito) y Luciano Córdoba. Hablaron con la Comisión de Fomento. Y también con el jefe del Escuadrón 18 de Gendarmería Nacional, comandante Emilio Fernández Castellano. El Presidente de la Comisión de Fomento se comunicó con el gobernador de Formosa, Rolando de Hertelendy, y éste con el gobierno nacional. Al enterarse, el presidente Juan Domingo Perón mandó inmediatamente tres vagones de alimentos, ropas y medicinas.
Los tres vagones llegaron a la ciudad de Formosa a mediados de septiembre. Pero el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz, dejó los vagones abandonados en la estación tras ser despojados de más de la mitad de sus cargas. Salieron diez días después y llegaron a Las Lomitas a principios de octubre. Los alimentos estaban en estado de putrefacción. Pero aún así los repartieron en el campamento indígena. Las consecuencias fueron de espanto: al día siguiente amanecieron con fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desmayos, temblores, por lo menos cincuenta indígenas murieron, en su mayoría niños y ancianos. Al principio fueron enterrados en el cementerio de Las Lomitas, luego les cerraron las puertas y los cadáveres tuvieron que ser llevados al monte. Cuentan que noche tras noche retumbaban los instrumentos en las ceremonias mortuorias. La indignación fue lógica. Las crónicas locales propalaron la versión de que la bronca se convertiría en estallido contra los habitantes y se infundió miedo.
Los indios denunciaron que habían sido envenenados. El presidente de la Comisión de Fomento de Las Lomitas, a su vez, fue a hablar varias veces con el comandante de los gendarmes. Le decía que el pueblo tenía miedo que los hambrientos los atacaran… Obvio, después de las muertes por alimentación podrida, este rumor creció. La Gendarmería rodeó el campamento indígena con cien gendarmes armados y prohibió a los pilagás entrar al pueblo.
Frente a tanta agresión y desprecio, el cacique Pablito pidió hablar con el comandante. El oficial aceptó encontrarse en el atardecer, pero a campo abierto. Allí estuvieron. Era el 10 de octubre. El cacique avanzó seguido por más de mil mujeres, niños, hombres y ancianos pilagás con retratos de Perón y Evita. Enfrente, desde el monte vecino, cien gendarmes los apuntaban con sus armas. Los indios habían caído en la trampa. El segundo comandante del Escuadrón, Aliaga Pueyrredón, dio la orden y las ametralladoras hicieron lo suyo. Cientos de pilagás cayeron bajo las ráfagas. Otros lograron escapar por los yuyales pero la Gendarmería se lanzó a perseguirlos: "que no queden testigos", era la consigna de los matadores. La persecución duró días hasta que fueron rodeados y fusilados en Campo del Cielo, en Pozo del Tigre y en otros lugares. Luego -señala la presentación de los abogados-, los gendarmes apilaron y quemaron los cadáveres. Según la presentación ante la Justicia, fueron asesinados de 400 a 500 pilagás. A esto hay que sumarle los heridos, los más de 200 desaparecidos, los niños no encontrados y los intoxicados por aquellos alimentos en mal estado. En total, se calcula que murieron más de 750 pilagás, wichís, tobas y mocovíes.
Los diarios de aquel tiempo dieron informaciones muy confusas sobre lo que había sucedido, pero ninguno señaló al gran responsable, al hombre fuerte de la oligarquía, dueño del ingenio San Martín, don Robustiano Patrón Costas. Es más, algunos medios informaban de una sublevación. El diario “Norte” del 11 de octubre escribió –una rutina tan presente en todas las dictaduras genocidas- que hubo enfrentamientos armados. “Extraoficialmente informamos a nuestros lectores –señalaba- que en la zona de las Lomitas se habría producido un levantamiento de indios. Los indios revoltosos pertenecen a los llamados pilagás quienes, según las confusas noticias que tenemos, vienen bien provistos de armas (...) Ya se habrían producido algunos encuentros, no se sabe si con los pobladores de la zona o con tropas de la Gendarmería Nacional”.
A nivel del gobierno se trató de ocultar todo.
Hoy quedan aún pilagás que vivieron la masacre de Rincón Bomba y están dispuestos a dar su testimonio. Uno de ellos es el actual cacique Alberto Navarrete, un anciano que habla un castellano articulado como si fuera el idioma pilagá, y que le dijo a la enviada de la revista “Momarandu” que recordaba que era pequeño cuando ocurrieron los hechos. El era uno más de los que regresaban de Salta despedidos del ingenio San Martín. “Yo me estoy acordando del ´47. Gente amontonada en madrejón. Gendarmería disparó. Nosotros pudimos correr al monte. Yo visto eso. Yo declaré eso. Era 6 de la tarde. No teníamos armas nosotros. Correr nomás. Ellos tenían ametralladoras… No sabemos que pasó con todos, con las tolderías. Antes ya habían muerto envenenados. Yo visto eso. Muchos visto tirados, no se si los enterraron. Nosotros queremos saber”.
Las excavaciones fueron autorizadas en diciembre de 2005 por el juez federal formoseño Marcos Bruno Quinteros, en el predio cercano a Las Lomitas que desde 1987 pertenece a Gendarmería. Otro sobreviviente de la masacre colaboró con la identificación de la zona, ahora convertida en un bosquecito. Sin embargo, las exhumaciones debieron suspenderse el 30 de diciembre del 2005, a pocos días de iniciarse, por la feria judicial. Los patrocinadores de la causa resolvieron pedir ayuda económica a Nación porque consideran que están ante una tarea de investigación que demandará meses de trabajo en el lugar.
Estamos pues a sesenta años de la masacre, no vaya a ser que con la excusa de la falta de presupuesto en el Poder Judicial, todo siga tapado.

El pueblo pilagá

Los pilagás –principales víctimas de la matanza- son un pueblo de la familia Guaycurú que habita en el centro de la provincia de Formosa y en Chaco. Junto a los abipones, mocovíes y tobas, fueron llamados “frentones” por los españoles, y guaycurúes por los guaraníes por la costumbre de raparse la parte delantera de la cabeza. Hablan su propio idioma junto con el castellano. Actualmente existen unos 10.000 pilagás repartidos en 19 comunidades en el centro de la provincia de Formosa. Antiguamente fueron cazadores y recolectores. Entre los frutos que recolectaban estaban los del algarrobo, chañar, mistol, tuna y del molle.

Robustiano Patrón Costas

Se trata del más conspicuo político de la oligarquía en la década del 40 del siglo XX. Había nacido en 1875 y el gobernador de Salta lo nombró Ministro de Economía provincial en 1908, oportunidad en que con su hermano Juan se apropiaron de tierras del departamento de Orán que pertenecían a las comunidades indígenas. Con la llegada del ferrocarril, una década después, establece asentamientos indígenas para asegurar mano de obra barata, casi siempre a cambio de vales, y funda el Ingenio San Martín de El Tabacal a partir de lo cual amasa una fortuna con la comercialización de azúcar. Se convierte en el más alto representante político de los terratenientes, es designado presidente del Partido Demócrata (conservador), asume como gobernador de Salta, funda la Universidad Católica de la provincia, luego es elegido senador y jura como presidente del Senado de la Nación. Acuerdan los conservadores con el radicalismo antipersonalista la fórmula presidencial de la denominada “Concordancia”. Esa fórmula será Patrón Costas-Iriondo, pero no llegará el momento de las urnas porque irrumpe el golpe de Estado de 1943. Don Robustiano muere en 1965 sin que sobre él cayera condena alguna por los crímenes de la Masacre de Rincón Bomba.
En cuanto a su Ingenio San Martín, en 1996 es adquirido por el grupo norteamericano Seabord Corporation, beneficiario de la cuota azucarera que Estados Unidos le asigna a Argentina.