viernes, 23 de julio de 2010

Vida de revolucionario

Manuel Belgrano








Catedral de Buenos Aires se lee al final de la página 43, correspondiente al 4 de junio de 1770, que se “bautizó, puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3 del corriente: es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Peri y de doña Josefa González". Este es el primer dato histórico de aquel Manuel, hijo de adinerado comerciante genovés vinculado a intereses de la corona hispana, que moriría en la miseria medio siglo después –el 20 de junio de 1820- vapuleado por la oligarquía criolla que, en los momentos de la agonía, lo echó de Tucumán y lo obligó a hacer el extenuante viaje hasta Buenos Aires donde al fin expiró en la misma casona familiar donde había nacido, calle Pirán, hoy avenida Belgrano al 400.
Había sido el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y tres mujeres. Los varones fueron militares, sacerdotes o abogados. Manuel no escapó en los principios a las reglas de toda familia con fortuna, pero no tardó en diferenciarse a impulsos de una pasión y una sensibilidad proverbiales.
Su padre lo había enviado a España para que se instruyera en las cosas del comercio, pero además de eso Manuel se licenció en filosofía. Graduó como abogado, aunque más le interesaron las nuevas ideas económicas, las noticias de Francia y su revolución. Leía en latín, francés, italiano e inglés y, como solía decirse desde antaño, “cultivó su espíritu” no solo con las lecciones recibidas en las Cortes de España, sino sobre todo con las ideas reivindicatorias de la libertad y del liberalismo fisiocrático.
De regreso, fue designado Secretario perpetuo del Consulado, tenía 24 años. Pero desde ese sitio mostró ya su plenitud multifacética, apoyó la creación de establecimientos de enseñanza, como las Escuelas de Dibujo y de Náutica, redactó reglamentos, pronunció discursos, alentó las vocaciones nacientes y trató de dar solidez a estas escuelas, las que, alertada la corona, rápidamente fueron anuladas. Tradujo un libro de Economía Política, formó a jóvenes en tales cuestiones y contribuyó a la fundación del "Telégrafo Mercantil”. Hizo estudios sobre las “tierras de Truptu” –la lejana Patagonia- y aquellos estudios topográficos servirían años después al general San Martín para el cruce de la Cordillera de los Andes. El primer cañonazo del invasor inglés lanzó a Belgrano a la acción y ese filósofo, abogado, traductor de “espíritu cultivado”, educador y topógrafo, se puso botas, abandonó bufetes y se convirtió en capitán honorario de milicias urbanas. Belgrano fue el único de los miembros del Consulado que se negó a aceptar el dominio inglés. Fugó a la Banda Oriental y regresó después de la reconquista. Tuvo que ser sargento mayor del regimiento de Patricios, estudió rudimentos de milicia y manejo de armas. Durante la semana de mayo de 1810 fue decidido revolucionario, observó la vacilación de algunos, la fatiga de otros y, enardecido, les advirtió su inquebrantable propósito de imponerse, aunque tenga que recurrir a la violencia de las armas. Quedó en evidencia que a partir de entonces nada lo haría vacilar en su lucha contra el colonialismo. Lo nombraron vocal de la Primera Junta. Dos actos de este período subrayan su desinterés excepcional: cede su sueldo de vocal para financiar la expedición militar a Córdoba, y dona gran parte de sus libros para formar la Biblioteca Pública recién fundada por iniciativa de su amigo Mariano Moreno.
Llegan los momentos de epopeya, es nombrado comandante de la Expedición Auxiliadora al Paraguay. Al frente del ejército patriota atraviesa comarcas del litoral, nombra como su segundo a José Gervasio de Artigas y lanza un Reglamento que humaniza el trato a los indios, gana batallas, crea los símbolos patrios, lo derrotan en Huaqui, llegarán después los momentos del éxodo jujeño, de las batallas de Tucumán y Salta, de sus arengas y encuentros con los pueblos del norte en la resistencia a los godos, de las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma, de su encuentro en Yatasto con San Martín y la entrega del mando de las tropas.
Por sus convicciones, supo desobedecer órdenes cuando éstas significaban un retroceso de la revolución, pero fue también un disciplinado revolucionario cuando se trató de consagrar las ideas y la acción de la independencia. En fin, cada momento de la vida de Belgrano tiene su riqueza, el signo de su apasionamiento, de su entrega total a lo que él amaba, de allí que asumiera el papel que la revolución le ordenaba.
No tenía formación militar académica, pero tomó las armas y protagonizó momentos únicos en la sublevación contra la Corona española. Era abogado, pero la oligarquía en más de una oportunidad intentó encarcelarlo. Había solicitado su baja definitiva del ejército pero no se la concedieron, para someterlo en cambio a proceso, el cual nunca se substanció. Atacado de paludismo y dolorido por la actitud del gobierno central, se refugió en la quinta de un pariente, en San Isidro. Cree que su actuación pública ha terminado; en la soledad se dedica a escribir. Nace así su Autobiografía.
Pero vuelve a ser llamado, esta vez para cumplir misiones negociadoras en el exterior. Y a su regreso, en sesión secreta, el Congreso de Tucumán de 1816 escucha sus propuestas independentistas. Es designado al frente de las tropas en esa provincia y en una húmeda y desabrigada tienda de campaña Belgrano tiene en 1819 los primeros ataques de una enfermedad incurable, la hidropesía. Se despide de sus hombres, deja el mando, pero al poco tiempo un cuartelazo lo enfrenta con el vejamen: pretendieron arrestarlo y ponerle grillos. Sin recursos, enfermo, abandona Tucumán. Ese trayecto a Buenos Aires es trágico. Llega a la casona de su infancia y muere poco tiempo después.
El torbellino político absorbía la atención de la ciudad. Había ese 20 de junio "tres gobernadores", y casi nadie se enteró que se había extinguido la vida de Manuel Belgrano

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