martes, 20 de julio de 2010

40 aniversario del asesinato de Ernesto Che Guevara

40 aniversario del asesinato de Ernesto Che Guevara

No dejemos al Che en el monumento

Por Arturo M. Lozza

No es mito, no es dios volatilizado y estampado en remeras. El Che es hoy y es lucha de ideas, es rebeldía, es liberación, militancia, unidad y dignidad.

Se llamaba Rosa Molina, era indígena toba, vivía en Fontana, Chaco, tenía 56 años y pesaba 24 kilos. Murió desnutrida hace pocos días y ahora ocupa el lugar número quince entre los indígenas fallecidos por la misma causa en los últimos dos meses en esa provincia. Si nos internáramos en El Impenetrable, o en los aislados recintos de la marginación, veríamos que la cifra de muertos desnutridos es mucho mayor, pero esto es lo que dice la encuesta.
Cuando a Rosa Molina la llevaban a la catedral de Resistencia con sus 24 kilos como forma de denunciar tamaño crimen de desigualdad social, las multinacionales de la exportación agrícola accionaban sus computadoras y comprobaban una vez más que las ganancias por las cosechas de soja, maíz, trigo y girasol, entre otros, posibilitarían millonarias cifras de ganancias. No era para menos y –escribía entusiasmado “Clarín”- “había que aprovechar el momento”.
El momento era que los precios internacionales estaban en alza y que acumulaban para la comercialización nada menos que 87,8 millones de toneladas de granos.
Sin embargo, muy alejado del momento que calculaban Nidera, Cargill, Monsanto, Dreyfus y el Grupo Uquía, había otro momento, el que marca la vida y la muerte, el que por desnutrida se llevó a Rosa y se lleva a miles por año. Uno y otro tiempo no coinciden, sin embargo deberían accionar coordinadamente: los tiempos de cosecha récord tendrían que servir para alargar los tiempos de la vida y evitar que la muerte se lleve por desnutrición a las Rosas.
Pero no es esa la realidad. Nunca en la historia de los argentinos la desigualdad ha sido tan abismal como en las épocas del neoliberalismo.
Por eso, entonces, no dejemos al Che en el monumento.
Para que haya cosechas récords, los grandes capitales arrasaron con la naturaleza, desalojaron a 100.000 chacareros, expulsaron de los montes a miles de habitantes originarios y aniquilaron flora y fauna con agrotóxicos. Las ganancias que deparan esas cosechas quedan en su mayor parte en manos multinacionales y terminan en las arcas del imperialismo. No hay distribución de las riquezas entre el pueblo. Nos siguen robando y aniquilando tierras.
Por eso, entonces, no dejemos al Che en el monumento.
Hay denuncias que dicen que mueren cien chicos por día con enfermedades derivadas de la desnutrición. Puede que haya más y puede que haya algo menos. Pero el dato es igualmente atroz para cualquier país, máxime en nuestro caso donde las cosechas alcanzan para alimentar a 300 millones de personas durante un año.
Pero de esto no hay suficiente conciencia, los medios masivos de comunicación están al servicio del poder político y económico. No ayudan a despejar, adormilan, estupidizan, tergiversan, ocultan. Frente a esto, sin embargo, todavía no pudimos desplegar una estrategia eficaz de la comunicación del campo popular.
Por eso, entonces, no dejemos al Che en el monumento. Porque el Che llamaba a multiplicar los medios para comunicar la verdad.
El Che no es mito, no es dios volatilizado o convertido en figura de remera. El Che es encarnadura, tiene que ser rebeldía de hoy, no solo la de ayer, debe ser lucha de ideas, comunicación revolucionaria, militancia, ruptura de rutinas, mística. No solo recordación. Por eso, no lo dejemos en el monumento.
El nos llamó hace tanto tiempo a la unidad. Pero vivimos más fragmentados que antes. ¿No será hora de enterrar mezquindades, egolatrías, pequeñeces miserables, y emprender el camino de la unidad como nos lo pidió el Che en su mensaje a los argentinos?
“Hagamos como el Che”, dice la frase en boca y en pancartas de miles de jóvenes. Hagamos como el Che, entonces, y no lo dejemos en el monumento. El Che es ahora y siempre. Para que nunca más muertos por desnutrición, para que nunca más robados y entregados al imperialismo, por la tierra madre sin agrotóxicos, por la soberanía y la dignidad

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