Cuenca Matanza-Riachuelo
El cementerio de las aguas muertas
Cuenca del río Matanza-Riachuelo, sitio contaminado donde, en un paisaje saturado de tóxicos y bacterias, se cimentaron grandes fortunas y mayúsculas miserias.
Por Arturo M. Lozza
Son más de 2.200 kilómetros cuadrados de suelos por donde la Cuenca del río Matanza-Riachuelo tiene extendidos sus pestilentes cauces de aguas muertas, negras cerca de la desembocadura en el Río de La Plata, marrones hacia el este en sus sesenta kilómetros de extensión por la provincia de Buenos Aires. Muy lentamente se desplazan hacia La Boca del Riachuelo portadoras siempre de tóxicos, líquidos de cientos de miles de cloacas, de metales, hidrocarburos y pesticidas que la convierten casi en un récord: es la tercera cuenca más contaminada del mundo.
Allí está, nos larga su hedor cuando cruzamos sus tantos puentes y desparrama portadores de muerte a los cinco millones que habitan en su territorio, el más densamente poblado de la Argentina.
Porque no solo están muertas y contaminadas sus aguas superficiales, también lo están el suelo y las napas de aguas subterráneas.
Sobre esas tierras, además del sur de la Ciudad de Buenos Aires, están los municipios de Almirante Brown, Avellaneda, Cañuelas, Esteban Echeverría, General Las Heras, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Marcos Paz, Merlo y San Vicente, el 55% de cuyos habitantes no poseen sistema cloacal y el 35%, ni siquiera tiene acceso al agua potable.
¿A cuantos habitantes ha contagiado entonces de muerte este cementerio? Miles mueren por día, pero no tenemos estadísticas acerca de cuántos son los que terminaron sus días por haber sido atrapados por alguna de las tantas bacterias y tóxicos mortales que emanan de la Cuenca.
Historia sucia
Estamos haciendo referencias a una zona por demás significativa en la historia de los argentinos, lugar donde se fueron tejiendo las abismales desigualdades sociales.
Como desde la colonia fue sitio de embarque y desembarque, allí se fueron consolidando las grandes fortunas, de la aristocracia ganadera primero, de una parte de la industria después.
Fue el punto de arranque de las fortunas y, al mismo tiempo, el punto donde se arrojaban los desechos que absorbía la Cuenca y alrededor de la cual fueron creciendo las primeras poblaciones.
Con la llegada de los colonos españoles, fue el lugar de las vaquerías. Por el 1.600 había ya grandes matanzas de ganado cimarrón y se exportaban a España y sus colonias 500.000 cueros anuales. Luego llegó el período de las estancias, saladeros y curtiembres. Hacia fines del siglo XVIII ya se exportaban un millón de cueros por año y en 1799 se construía el primer embarcadero sobre el Riachuelo, cuyas aguas ya estaban teñidas de rojo por tanta sangre animal derramada.
Se faenaba hacienda gorda, caballos y ovejas que iban llegando desde el interior argentino para ser utilizados únicamente para extraer el cebo, los cueros y luego ser convertidos en charqui para alimentar esclavos en Brasil y colonias españolas. Todos los desechos quedaban expuestos sobre las tierras o eran arrojados a la Cuenca.
Guillermo Hudson en “Allá lejos y hace tiempo” escribió unas magníficas descripciones de aquellos paisajes sucios “más atroces que los pintados en el infierno de Dante”. Las tropas de cien o mil cabezas –narraba- “moviéndose dentro de una nube de polvo, en medio del estrépito de mugidos, balido0s y furiosos gritos de los troperos” iban rumbo a la muerte. El olor que emanaba por las matanzas –añadía- “era el peor que se haya conocido jamás en la tierra”.
Se mataba el ganado pero también iban matando a las aguas del Riachuelo por donde flotaban vísceras y pululaban las ratas.
Llegó después el tiempo en que sobre los saladeros se fueron irguiendo los frigoríficos. Partían por la Boca del Riachuelo las exportaciones y empezaron a entrar y radicarse los inmigrantes. Sobre tierras contaminadas se levantaron los barrios y en ellos los conventillos. Fue paralelamente territorio de huelgas, de manifestaciones y mártires obreros.
Se instalaron otras industrias y la Cuenca, que fue quedando sin peces, comenzó a ser también el basural de metales, de hidrocarburos y plaguicidas. Sus aguas entraron entonces en el período de la agonía y las crecidas excepcionales de los años 1884, 1900 y 1911 dejaron las marcas de una tragedia en los asentamientos ribereños.
Llegarían las migraciones internas para trabajar en las industrias. Sus obreros iniciaron el período de las villas, de los nuevos barrios y del conurbano. Hoy son más de veinte las villas que están instaladas en la Cuenca, varias de ellas sobre basurales aplastados.
Con el advenimiento de la dictadura genocida y del neoliberalismo, la Cuenca, con su puerto, fue testigo de la más abismal diferencia de clases: por sus muelles partían las riquezas que producían los argentinos y que enriquecían a las multinacionales, y en los suburbios del Matanza-Riachuelo crecía la desocupación, la miseria y la contaminación.
Poco caudal, mucha mierda
Hoy el Matanza-Riachuelo y sus principales afluentes, los arroyos Cañuelas, Chacón y Morales en la provincia de Buenos Aires, y el entubado Cildáñez en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tienen sus cursos de agua totalmente contaminadas. La Cuenca sufrió ensanches, rectificaciones y canalizaciones, pero las aguas siguieron muertas. Hubo falsas promesas, como la de María Julia Alsogaray, que lanzó un “plan” para limpiar el Riachuelo en mil días. Todo fue una farsa y hoy la secretaria de Medio Ambiente del menemato está imputada por malversación de los fondos destinados al saneamiento.
A partir de entonces, el Cementerio de las Aguas Muertas es, además de todo, monumento a la corrupción.
El Matanza-Riachuelo es río de llanura, de suave declive y bajo caudal. Quizás sea más lo que recibe de desechos, que lo que mueve por el desagüe de las lluvias.
Veamos: el río y los arroyos de la Cuenca reciben nada menos que 368.000 metros cúbicos por día de aguas residuales domésticas, casi todos líquidos cloacales crudos ya que solo el 5% tiene un tratamiento previo. Y al mismo tiempo le arrojan otros 88.500 metros cúbicos de desechos industriales por día solamente de un centenar de fábricas.
Las industrias descargan la toxicidad de los metales, los hidrocarburos asfálticos y los aromáticos, los plaguicidas, los arsénicos de la plata, el cobre, y el plomo que se utilizan en los agroquímicos, la industria del vidrio y en los insecticidas.
Los líquidos cloacales son el fermento donde se reproducen una fantástica colección de bacterias cuya actividad consume el poco oxigeno que queda con el paso de los tóxicos metalíferos y los hidrocarburos.
Si el oxígeno es escaso, las aguas no son compatibles con ninguna forma de vida, ni animal ni vegetal.
Los ríos no contaminados, por ejemplo, tienen un nivel de oxígeno entre 8 y 12 mg por litro. Pero en el Matanza-Riachuelo, por la presencia de esa masa gigantesca de bacterias, el nivel de oxígeno es cero. Es decir, lo han convertido en un cementerio, el Cementerio de las Aguas Muertas, símbolo del enriquecimiento histórico de unos pocos y de la pobreza contaminada de millones.
La contaminación ya no está sólo en las aguas y en el suelo, está en las manos, en los juegos, en el aire, en la pelota de fútbol, en los elementos que los purretes se llevan a la boca.
Cada tanto asoma un plan de saneamiento, pero…dejémonos ya de joda con esta cuestión. Hay que hacer, ya.
Recomponer el ambiente y así proteger la salud de millones de habitantes es una demanda que deberá encararse sin más dilaciones. La Corte Suprema pidió se aceleren los pasos en tal sentido. Es cierto que la obra a encarar es múltiple, pero absolutamente realizable si se toman decisiones políticas que impulsen no solo la acción de los instrumentos modernos de saneamiento, sino también una verdadera participación de las poblaciones, una decisión política que movilice a los miles de jóvenes ambientalistas deseosos de dar batalla a la contaminación, que movilice a la clase trabajadora de todas las industrias radicadas en la Cuenca, y que obligue de una vez por todas a las patronales a instalar sistemas de saneamiento en cada empresa.
Lo que hay que hacer es de tan vasta envergadura que la solución será la consecuencia de una verdadera epopeya popular. Porque habrá que resucitar las aguas, darles vida y trasformar el Cementerio en paisaje de salud y soberanía.
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