Por Arturo M. Lozza
Verano maldito éste, nos arrancó al “Flaco” Spinetta y se lo llevó por un cáncer de pulmón. Ahora es imposible escribir de él sin un llanto en la crónica, sin las disonancias dolientes en un pentagrama de luto.
Porque se nos fue uno de los escasísimos genios que teníamos, quizás el genio más humano, el que ofreció, pocos meses antes de morir, sus “esquirlas de belleza” como contribución a que esta Argentina sea cada vez más libre.
Si, millones de argentinos pedímos liberación, debatimos la política, y él, abarcándolo todo con música y poesía, estuvo siempre con nosotros, pero nos vino a decir que con eso no basta, que se necesita más humanismo, sentimiento hasta las entrañas, emoción, el amor, la sensibilidad de ver la imagen del niño dormido y la locura de Fermín, para que cante el carozo del “Durazno sangrante” al llegar el alba.
Para el “Flaco” todo eso era “el todo”, y ese todo era el “Pan”, su último disco. Ese pan de poesía nos proponía degustarlo para cambiar nosotros mismos y trocar la estupidez y el formalismo, la hipocresía y la careteada, por más inteligencia, más humanismo, más mirarnos adentro nuestro y abrirnos al prójimo, a la naturaleza, al amor. Ese “Pan”, pues, pasa a convertirse en música y palabra, en revolución a la enésima potencia, revolución con creación, creación que es poesía y política, política que excluye a la politiquería, al cinismo y a la cerrazón sectaria, para hacerla noble y sensible en serio.
Nació en 1950, pero artisticamente irrumpió con el rock. Para sentirlo e interpretarlo pasó por las poesías de Rimbaud y Antonín Artaud con quien dijo “queremos el más allá, acá”, y se propuso el sumum de la solidaridad hasta tal punto que “quiero sentirme en tus sueños”.
Estudió, tuvo hijos y nietos, amó, construyó familia, se recibió de humano, rechazó a los buitres de la prensa corrompida y “parapolicial”, no aceptó condicionamientos de monopolios discográficos, no aceptó las ofertas del mundo del espectáculo y, por fin, llegó a ser él:
Y al fin mi duende nació
tiene orejas blancas
como un soplo de pan y arroz
Y un hongo como nariz
cuatro pelos locos
y un violín que nunca calla
solo se desprende y es igual a las guirnaldas.
(Canción para los días de la vida-Spinetta)
Y desde esa fortaleza poética se puso a crear sin importarle lo que dirán. Le importaba, en cambio, decir lo suyo y lo suyo resultó al fin y al cabo un emblema de millones, un referente, un símbolo de lo distinto.
Si, buscábamos lo distinto porque la sociedad burguesa nos cansaba con sus viejas y consabidas fórmulas.
Esa distinción del “Flaco” la sentimos profundamente en dictadura, una época donde en lugar de botas y de plazas sin flores, nos hizo sentir aún en el dolor que había un oasis.
Cuando “Almendra” de los inicios, de los 70, reapareció con un recital (creo que en 1980), asomaron en las fachadas de Buenos Aires unos afiches, decían: “Almendra se reúne por una generación que falta”. Había además graffitis, prensa clandestina y volantes subterraneos.
El espíritu del “Flaco” rondaba esos sitios, pero él, que había admirado a John Lennon y estudiado en los Wincos con los Beatles, sobresalió como un exquisito de la música, como el gran Debussy del rock, era ya el raveliano impresionista y supersensible que fabricaba acordes admirables, melodías suaves e inspiradas, tiempos y silencios sin concesiones.
Era un tierno exquisito, quizás un diamante, y sin embargo popular. Frente a lo que él llamada “comercio de mierda”, defendía la búsqueda del arte y amaba su lírica. “Hay un montón de gente –explicaba- que ante el avance de tanta estupidez reafirma su intimidad con esta lírica para seguir creyendo en las cosas maravillosas de la vida”.
Por momentos tuvo la influencia de poesías como la de Hamlet Lima Quintana y del “nuevo cancionero”, lo vemos en “Barros tal vez”:
Si no canto lo que siento
me voy a morir por dentro…
he de fusionar mi resto con el despertar
aunque se pudra mi boca por callar
ya lo estoy queriendo
ya me estoy volviendo
canción barro tal vez....
Espontáneamente, por solidaridad nomás, sin que se lo pidieran, se presentaba en los sitios donde latía un sufrimiento o una lucha, y allí, vincha al pelo, definía una conducta que era también parte de su poesía. Así fue que irrumpió en la Carpa docente para apoyar a los maestros en épocas de Menem. Y les habló: “Yo soy un montón, soy ustedes, soy pueblo…”
Y en uno de sus poemas agregaba:
Soy un corazón,
una boca y un espíritu…
Ese espíritu, estimado lector, ¿no te tocó alguna vez, no te marcó? ¿No? Preocupate, entonces.
Spinetta: "soy un corazón, una boca y un espíritu"