martes, 31 de agosto de 2010

Nosotros y la mafia de los medios

Por Arturo. M. Lozza.







Escribo estas líneas firmemente apoyado en más de cincuenta años de periodismo sin traición a mis principios. Y desde esa trinchera es que debo decir públicamente que ahora, más que en cualquier otro momento, siento orgullo y profunda satisfacción ante el hecho de que Clarín, La Nación y Papel Prensa comiencen a ser despojados de ese manto de impunidad que les ha permitido conformar, a mi criterio, la más poderosa mafia, que es aquella que no se limita a la defensa de las multinacionales, a promover políticas desde el poder económico sino que, sobre todo, ha apuntado y lo sigue haciendo, hacia lo más profundo: las conciencias, la formación de opinión pública, la imposición de la cultura de la dominación.
Estamos hablando de una mafia cuyo poder se ha cimentado en el terrorismo de Estado y desde ese sitial de privilegio diseminó el terrorismo de la información. Por eso, yo hubiera preferido, sin más trámite, nacionalizar Papel Prensa. De todos modos, se ha enviado al parlamento un proyecto de ley declarándose de “interés público” la producción de celulosa para papel de diario, lo que se complementa con la nueva ley de Medios, con lo cual se ha abierto un debate en torno al papel del periodismo como nunca antes.
Es un debate por la verdad que siempre impulsé desde los distintos medios en donde me desempeñé durante demasiados años, pero que –en buena hora- muchos recién están descubriendo ahora. Y en esta hora, donde por fin estamos librando batalla, ningún periodista debe callar.
Reitero: siento que ahora somos más los que, también en este plano, exigimos justicia. Y yo, como algunos otros, lo podemos exigir desde una trayectoria donde recibimos escasísimos salarios y furibundos garrotazos en nuestra vida laboral para impedir que nuestra voz pudiera siquiera empañar la voz del poder dominante.
Me inicié en el periodismo hace más de cinco décadas y es mucha memoria la que acumulo como militante de las redacciones: diario La Hora (clausurado), Pueblo Unido (clausurado), Soluciones (clausurado), Revista Che (clausurada), Editorial Cartago (clausurada), Distribuidora Impulso (clausurada), Propósitos (varias veces clausurado), Nuestra Palabra (clausurada), Informe (redacción asaltada por un “grupo de tareas” de la dictadura genocida que asesina a uno de mis compañeros, el periodista Román Mentaberry), muchos años pasé cambiando domicilios para despistar persecuciones, muchos años pasé distribuyendo periodismo clandestino y mirando a mis espaldas, he sido víctima de jueces cómplices, conocí cárceles en varias dictaduras y gobiernos civiles “democráticos”...
En esos años pude verificar “en carne propia” lo que significó el monopolio de Papel Prensa a favor de Clarín y La Nación y en detrimento de los que queríamos divulgar otro mensaje, el de la democracia del pueblo, el de la soberanía y la liberación, el mensaje de la unidad antiimperialista.
Ninguna de estas clausuras, cárceles y asesinato divulgaron esos medios que se llenan la boca de “libertad” y “prensa independiente”.
Esa dictadura, por lo tanto, la he vivido, la he sentido en mis entrañas, en mi cotidianeidad.
Han pasado por esa vida periodistas extraordinarios, que han dado la vida por sus principios y por la dignidad en nuestra profesión. Pero además pasaron otros, lo recuerdo bien, que llegaban al ejercicio del periodismo desde posiciones de izquierda, puteando a monopolios y a la censura y que luego, por dinero, se acomodaron a lo que quería Clarín y hoy asoman como columnistas destacados del servilismo informativo de la mafia. Sí, recuerdo cuando desde ese trono donde llegaron alquilándose o vendiéndose, nos trataban de “pelotudos” y de “pobres infelices” porque seguíamos en la difícil, no transando.
Ellos se han traicionado a sí mismos, pisotearon su dignidad, eligieron la mentira del monopolio ¿Qué tienen para dejarles a sus hijos? Sólo herencias materiales y muy poca moral.
Los periodistas, por su condición particular, son propaladores de ideas, son formadores de opinión pública. Papel Prensa, los medios dominantes, el poder político y económico, no me dejaron –a mi y a muchos otros- competir en igualdad de condiciones. Me cerraron caminos durante décadas.
Y por eso hoy me siento bien, creo que es el artículo que he escrito con más satisfacción en mi vida porque comenzamos a darle batalla en escala mayor a esa mafia. De todos modos, falta mucho. Será una pelea durísima, quizás la más dura, porque el Grupo Clarín tiene ramificaciones profundas en todos lados, a nivel político, a nivel judicial y sobre todo en los servicios de inteligencia (nacionales y extranjeros). Pero le hemos abierto una brecha, y ninguno de mis colegas debe quedar al margen: démosle batalla al enemigo principal, el que convierte en “realidad” la mentira que le conviene al poder económico.






martes, 10 de agosto de 2010

El fin de los bueyes gordos

10 de agosto de 1896, huelga ferroviaria.






Crónica de una época en la que una huelga de los obreros del riel se extendió a la industria y puso fin a la quietud conservadora.

Por Arturo M. Lozza


En las postrimerías del siglo XIX se multiplicaba la fiebre inversora de las compañías británicas y más de la mitad de sus capitales llegados a la Argentina iba al negocio ferroviario. Los rieles se expandieron de 2.516 km en 1880 a más de 15.000 antes de que asomara el 1900. Pero mientras en 1880 el gobierno nacional y algunas provincias administraban el 50% de los ferrocarriles, hacia final de la década sólo retenían el 20%, debido a la adjudicación de nuevas áreas al capital extranjero. Asociada al capital inglés crecían aceleradamente las fortunas de la oligarquía. Ya se contabilizaban 22 millones de vacunos y 75 millones de ovinos.
Las aristocráticas familias terratenientes, los Iturraspe, Madariaga, Anchorena, Benberg, Perkins, los Cavannagh, Martínez de Hoz, Menéndez Behety, Santamarina, Bosch, Reutemann, Cobo, Duhau, Gowland, los Lezica, Duncan, Alvear y los Murphy, entre unos más, se aglutinaban en la naciente Sociedad Rural y conformaban con el capital inglés la alianza del poder político y económico.
La “gente bien” enriquecía con la explotación del inmigrante pero no le toleraba trasgresiones a esa masa explotada convertida en clase obrera. El diario “La Capital” del 20 de octubre de 1884 recogía, precisamente, una de las tantas demandas de las damas de la aristocracia y pedía al doctor Somoza, dueño de una línea de tranvías a tracción, que “haga guardar un poco mas de orden a los cocheros y mayorales del tramway” porque diariamente “vemos que los cocheros al tocar la corneta imitan las milongas y otras sonatas del peringundin”.
Por supuesto, llegarían en poco tiempo trasgresiones más importantes, porque comenzarían a organizarse los sindicatos que con sus exigencias de justicia romperían el orden conservador.
Mientras tanto, lo que se celebraba era la fiesta del “buey gordo”, todo un símbolo de “progreso” de las clases ganaderas pudientes: al animal más voluminoso de cada comarca –y no los había más voluminosos en todo el mundo- se lo paseaba por las arterias centrales. Era una ridícula mole de carne y fuerza, que iba recubierto con manto de seda andando en medio de una procesión que partía desde la casa del gobernador y hacia acto de presencia, una a una, en las casas de las más distinguidas familias de alcurnia. Atrás iba la infaltable banda de músicos, luego jinetes emperifollados de platería y, mas atrás, un carruaje portador de banderas de varios países con niñas que repartían flores entre el gentío. La farándula era algo así como la risotada burlona bajo cuyo antifaz se había desatado la más fantástica locura especulativa. Porque allí por donde transitara una locomotora, el suelo se convertía en oro.
El maquinista Carlos Smith, a todo esto, cumplía a diario con eficiencia su honorable función de conductor del principal tren a Rosario, las pitadas de su locomotora iban marcando el ritmo de un país llamado “granero del mundo” pero que ya empezaba a hablar de huelgas, huelga de tipógrafos, panaderos, peones, aguateros… Smith no era parte de esa rebeldía, se sentía seguro sobre la mole de hierro y no entendía mucho de paros y de demandas obreras, hasta que un maldito día se le cruzó un transeúnte en el cruce de vías. Cuando accionó el freno, ya entre las ruedas y el eje delantero yacían los restos de la persona que se había atrevido a quebrarle el ritmo al ahora angustiado Smith, a quien, por haber atropellado al infeliz, lo condujeron detenido a Buenos Aires. Y quiso el destino que su detención provocara la primer huelga que haya conocido hasta entonces la historia del ferrocarril. Todos los maquinistas de la línea se solidarizaron con Smith, paralizaron el servicio del Ferrocarril Central Argentino, los cargamentos de cereal no llegarían al puerto. “Si el compañero Smith no es liberado, no habrá trenes”. El maquinista recuperó la libertad, pero la huelga –que se prolongó por tres días- no se levanto hasta que fue trasladado nuevamente a Rosario y elevado en andas por sus compañeros. La empresa Ferrocarril Central Argentino, de capital Ingles, conoció por primera vez la fuerza de los trabajadores en Argentina, a tal punto que debió fletar un tren especial a Rosario, exclusivo para Smith quien, sin haberlo pretendido, se había convertido en el principal protagonista del primer triunfo sindical de los trabajadores del riel. Ese sería, sin embargo, solo un preaviso…
Llegaron años muy agitados. Dejaron de festejarse a los bueyes gordos. Los radicales de Leandro N. Alem protagonizaban fracasadas sublevaciones. El conflicto fronterizo con Chile amenazaba con la guerra, y los “nacionalistas” de la oligarquía proponían que el general Roca asumiera otra vez la presidencia porque –decían- si había exterminado a la indiada, bien podría hacer lo propio con los chilenos. Corría 1896. Gobernaba José Evaristo Uriburu. Alem, líder popular y de las sublevaciones, se pegaba un tiro. La epidemia de fiebre amarilla hacía estragos, y desde Cardiff llegaba al puerto de Buenos Aires un cargamento de 4,768 toneladas de carbón inglés para alimentar locomotoras.
El poder respondía habitualmente con represión a las demandas, pero los trabajadores de los distintos oficios, en su mayoría emigrados de Europa, se iban templando en los enfrentamientos, unos victoriosos y otros derrotados.
Por primera vez la pelea de un gremio, el de los yeseros, lograría la jornada de 8 horas y aumento de salarios. Se avecinaba el turno de los ferroviarios.
Todo comenzó en los talleres de Tolosa del Ferrocarril del Oeste (cerca de La Plata), que era, con el de Solá, los más grandes de Argentina. Como se estilaba hacer, sus 700 obreros calificados y los peones presentaron un petitorio reclamando la implantación de las ocho horas de trabajo sin modificación de los salarios, la supresión del trabajo por pieza, la anulación del trabajo en los días domingos, y el pago doble de las horas extras, que debían realizarse sólo en casos excepcionales. La respuesta de la empresa fue una rotunda negativa. En consecuencia, el 10 de agosto de 1896 los principales referentes de la demanda subieron a la gran mesada giratoria de locomotoras y desde allí, dominando el perímetro de los 22.000 metros cuadrados del galpón principal, llamaron a asamblea y entre proclamas se convocó al inicio de la huelga.
Las patronales británicas pidieron represión, hubo un desmesurado despliegue de fuerzas policiales y la respuesta se dio en una nueva asamblea: mantener el paro y pedir solidaridad a todos los talleres ferroviarios de la República.
Los primeros en hacerse eco del llamado fueron los ajustadores de los talleres de Caballito, pero ¿qué harían los de Talleres Solá? El 13 de agosto sus 1.000 trabajadores votaron en asamblea un petitorio como el de Tolosa. Otra vez la negativa de la compañía británica y Solá paralizó los talleres. La huelga asomaba con fuerza. De una estación a otra, en morse, los ferroviarios trasmitían el estallido de la lucha y proponían la adhesión. (Cuando se reconstruya esta historia en profundidad, seguramente habrá que hablar de esas trasmisoras como vehículo de solidaridad obrera a través de las enormes distancias).
Hasta entonces, la mayor adhesión llegaba desde los talleres ya que el conflicto se había extendido a los de los ferrocarriles Sur, Oeste, Buenos Aires y Ensenada, Central Argentino, Buenos Aires y Rosario, Rosario y Pacífico, Santafesino, Central Norte y Córdoba. Se sumaban los ferroviarios de talleres Quilmes, Junín y Rosario; paralizaron tareas los cambistas de La Plata y Tolosa y las cuadrillas volantes o “golondrinas” de esta localidad.
Y fue que desde el segmento de los servicios ferroviarios la lucha se empezó a propagar hacia la industria. El 15 de agosto se plegaron las fábricas siderúrgicas privadas de Bosch, Shaw y Fénix -fundiciones que hacían trabajos para los ferrocarriles-, también adhirieron los obreros del Frigorífico La Negra, los astilleros La Platense, los trabajadores de Alpargatas de la calle Defensa en la Capital, junto a operarios de los talleres de tranvías, los carboneros de Almirante Brown, Casa Amarilla y Constitución.
Cuentan las crónicas que las asambleas determinaban petitorios y designaban comisiones para conectarse con todos los sectores. Las patronales requirieron del gobierno una actitud más dura, porque tamaña trasgresión al orden establecido se les estaba filtrando de las manos. Ya no era simplemente la corneta del tranvía que imitaba milongas del peringundín: esos agitadores le estaban disputando ganancias al capital inglés.
Es que ya sumaban más de 20.000 los trabajadores en huelga general. Lo del maquinista Smith había quedado a la altura de un poroto.
En ese agosto de 1896 no había organización nacional ferroviaria, pero los trabajadores hacían oír su voz masivamente y con decisión organizativa porque pensaban, ya entonces, en un futuro diferente.
Las patronales abrieron el registro para tomar nuevo personal. Colocaron avisos en Génova, Italia, proponiendo trabajo en Argentina.
A raíz de que existía un Comité de La Internacional –que ya en 1890 había convocado a movilizarse los 1º de Mayo- la mayoría de los trabajadores genoveses, enterados de la lucha de los obreros del riel en nuestro país, rechazaron la oferta para no carnerear. Otros, sin embargo, aceptarían empujados por el hambre.
Los huelguistas de Tolosa comenzaron entonces a combatir a los carneros, a los “crumiros” rompehuelgas –así los llamaban-, y a las asambleas, movilizaciones y luchas callejeras se le sumaron las acciones de sabotaje.
Hacia finales de agosto se adhirieron nuevos sectores: los obreros de Bragado, Burzaco, estación Las Flores y la fundición El Carmen. Las mujeres alpargateras de la fábrica La Argentina estaban en huelga y asamblea permanente. En Barracas al Norte, las “principales fábricas han apagado sus fuegos” –decían las crónicas- por no tener un solo hombre que les trabaje. Según informó “La Nación” esos días, en ocho establecimientos los empresarios cedieron ante las demandas y mejoraron las condiciones laborales.
Para unificar y dirigir el conflicto, las aún escasas organizaciones sindicales constituidas de ferroviarios crearon un Comité Mixto integrado por huelguistas de los diferentes talleres, pero el desgaste era enorme. Sin salarios y bajo terribles carencias, los obreros fueron cediendo.
El último reducto fueron los talleres Solá, donde 3.500 obreros y sus familias sostenían la lucha para impedir el ingreso de rompehuelgas. El anuncio de la inminente llegada de 500 obreros italianos contribuyó a debilitarlos. Luego de tres meses de resistencia, se perdía la batalla.
La patronal exigía al gobierno expulsar al elemento extranjero que producía estos levantamientos. Esto se concretaría seis años después con la sanción de la ley 4144, de Residencia, que posibilitó la expulsión de grandes dirigentes sindicales y políticos.
Estas historias de ferroviarios fueron recopiladas en libros de Plácido Grela, Sebastian Marotta, Juan Carlos Cena, Mario Gasparri y en otro de mi autoría.
Las represiones contra los trabajadores llegaron a niveles sangrientos. Aparecieron los contingentes de la denominada Liga Patriótica, una fuerza de choque “nacionalista” organizada por la oligarquía para asesinar y romper los movimientos de protesta.
Esta era la Argentina del Centenario, la de los “bueyes gordos”, la que Biolcati alabó al inaugurar la última exposición de La Rural. Es una Argentina a la que no queremos volver, y a la que queremos liberada y sin oligarcas. Porque somos los herederos de aquellos huelguistas
que mostraban, ya hace más de un siglo, que la clase obrera pasaba a ser una de las principales protagonistas de nuestra historia y que no aceptaba las sumisiones.


Los talleres de Tolosa



Bajo la dirección del ingeniero Otto Krausse, las obras de los Talleres de Tolosa fueron inauguradas en 1887, en el 30 aniversario del primer ferrocarril argentino. Constaban de una serie de instalaciones con una superficie de 22.000 metros cuadrados. Poseía mesa giratoria, galpón radial de locomotoras, playa de vías, abastecimiento de agua y generación de vapor y electricidad, depósitos e instalaciones complementarias. Su capacidad de guarda era de 24 locomotoras y 90 coches de pasajeros. A fines de la década del 40, funcionó allí la fábrica de locomotoras que, bajo la conducción del ingeniero Livio Porta, comenzó a gestar, junto a trabajadores, técnicos y profesionales, la construcción de la primera locomotora a vapor argentina. En Tolosa nació la máquina cuatro cilindros “Presidente Perón”, que luego fue rebautizada como “La Argentina”. La máquina estaba dotada con elementos técnicos de avanzada, posibilitaba la utilización del carbón de Río Turbio con enormes economías y su puesta en marcha originó una revolución en el mundo ferroviario.
Sin embargo, llegaría el Plan Larkin del Banco Mundial y en 1958 la fábrica fue totalmente desmantelada.

jueves, 5 de agosto de 2010

Entidades financieras, es hora de terminar con los esquemas de Martínez de Hoz

A quien quiera colaborar, aquí va texto de una solicitud que estamos haciendo circular en apoyo de la reforma financiera. Esencialmente se trata de derogar la ley de Martinez de Hoz, aun vigente. (ver artículo en este blog sobre entidades financieras).
La pueden hacer circular o devolvermela a mi con el nombre y número de documento.


Señor Presidente de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, Dr. Eduardo Fellner


De nuestra mayor consideración:

Tenemos el agrado de dirigirnos a Ud., para expresar la adhesión al Proyecto de Ley de Servicios Financieros para el Desarrollo Económico y Social, presentado por el diputado nacional Carlos Heller y el Bloque Nuevo Encuentro Popular y Solidario, porque coincidimos que la actividad financiera debe estar concebida como un servicio público, orientado a satisfacer las necesidades transaccionales, de ahorro y crédito de todos los habitantes de la Nación, y contribuir a su desarrollo económico y social.

Firma: Arturo M. Lozza
DNI 4.277.997

martes, 3 de agosto de 2010

Homenaje de Marta Morales en el 10º aniversario del suicidio del Dr René Favaloro


Era la época de la pizza con champagna.
Putas, jugadores empedernidos,
coimeros, mediáticos, empresarios corruptos.
Ninguno valía nada, ni su peso en aire,
pero desfilaban por Olivos.

René Favaloro hacía pasillo.
Su Fundación necesitaba ayuda

Los gastos eran inmensos. El pais se remataba a pasos agigantados.
Menem se creía un enviado de Alá.
Ya no teníamos petróleo, carbón, acero.
Los sueños del General Savio
quedaron hechos trizas en manos privadas.
San Nicolás se llenó de pequeños emprendimientos
que naufragaban irremediablemente.
No había plata en San Nicolás..
Se inventaron una virgen para sobrevivir.

René Favaloro hacía pasillo
Seguía operando, muchas veces gratis

María julia posó desnuda debajo de su zorro
muerto para su lujuria.
María Julia prometió limpiar el riachuelo en cien días.
Menem le dio plata. Mucha plata.
Las lentejuelas de la “Yuyito González” al turco
se le pegaban en la cara y las patillas todas las noches.
Menem le daba plata, mucha plata.
maría Julia nunca limpió nada.
más zorros fueron ultimados.
La Yuyito hoy es una piltrafa.

Reneé Favaloro hacía pasillo.
Quería que el PAMI le abonara la deuda que tenía con su Fundación

Nos quedamos sin servicios de nada.
Españoles telefónicos, luz de multinacionales,
aguas de la oligarquía,
rutas ya no mas argentinas ni de Spinetta.
El PÀMI era una fiesta de petisos y dirigentes feas e ignorantes.
Dientudas como una piraña.

Reneé Favaloro hacía pasillo.
Tocaba fondo su fundación.

Menem tenía un inodoro- trono revestido en oro en el Tango1
Toni, su peluquero, entretejía pelos en su calvicie.
Teníamos relaciones carnales con el poder yanqui.
Menem apoyaba descabellados proyectos bélicos.
Traficaba armas y algo más.

Reneé Favaloro hacía pasillo.
Ya no pensaba, Estaba deprimido

Menem se fue. Subió el más inútil. Autista.
Fernando de la Rúa
El que dijo ser “el médico del pueblo” y “se acabó la fiesta"

René Favaloro hacía pasillo.
Creía que Fernando era un amigo.

De la Rúa hijo se cogía a Shakira
Y el carnaval seguía. Las arcas se vaciaban.
La gente empezaba a inquietarse
Los fogoneros encendieron las noches.
Rubén Patagonia le cantó a Cutral Co
El kaos seguía.

René Favaloro hacía pasillo.
Un día se cansó y escribió una carta a De la Rúa
Siguió creyendo que era un amigo
Nada, nunca una respuesta
Reneé Favaloro se cansó de esperar.
Tantos años y ninguna respuesta.
El 29 de julio del 2000 se disparó un tiro con su escopeta.
Allí, en su corazón.






BIOGRAFÍA DE UN GRANDE
DR RENE FAVALORO
1923-2000

Nació y se crió en el barrio “El Mondongo” en La Plata , Argentina. Tuvo una infancia muy humilde. René Favaloro siempre estuvo comprometido con el conocimiento, gracias en parte a su abuela materna, que le transmitió su amor por la naturaleza y la emoción al ver cuándo las semillas comenzaban a dar sus frutos. A ella le dedicaría su tesis del doctorado: "A mi abuela Cesárea, que me enseñó a ver belleza hasta en una pobre rama seca". Al finalizar la escuela secundaria ingresó en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. En el tercer año comenzó las concurrencias al Hospital Policlínico y con ellas se acrecentó su vocación al tomar contacto por primera vez con los pacientes. Nunca se limitaba a cumplir con lo requerido por el programa, ya que, por las tardes, volvía para ver la evolución de los pacientes y conversar con ellos, la mayoría de condición humilde. Como no quería desaprovechar la experiencia, con frecuencia permanecía en actividad durante 48 o 72 horas seguidas.

Médico Rural Por ese entonces llegó una carta de un tío de Jacinto Aráuz, un pequeño pueblo de 3.500 habitantes en una zona muy rica de La Pampa. Explicaba que el único médico que atendía la población, el doctor Dardo Rachou Vega, estaba enfermo y necesitaba viajar a Buenos Aires para su tratamiento. Le pedía a su sobrino René que lo reemplazara aunque más no fuera por dos o tres meses. Favaloro se encontró ante una decisión difícil. aceptó la oferta. Favaloro y su pasión por la cirugía toráxica Favaloro leía con interés las últimas publicaciones médicas y cada tanto volvía a La Plata para actualizar sus conocimientos. Quedaba impactado con las primeras intervenciones cardiovasculares. Poco a poco fue renaciendo en él el entusiasmo por la cirugía torácica, a la vez que iba dándole forma a la idea de terminar con su práctica de médico rural y viajar a los Estados Unidos para hacer una especialización. Quería participar de la revolución y no ser un mero observador. En uno de sus viajes a La Plata le manifestó ese deseo al Profesor Mainetti, quien le aconsejó que el lugar indicado era la Cleveland Clinic. Si bien al principio tuvo dudas con respecto a dejar su profesión de médico rural pensó que al regresar de Estados Unidos su contribución a la comunidad podría ser aun mayor. Con pocos recursos y un inglés incipiente, se decidió a viajar a Cleveland. Trabajó primero como residente y luego como miembro del equipo de cirugía, en colaboración con los doctores Donald B. Effler, jefe de cirugía cardiovascular, F. Mason Sones, Jr., a cargo del Laboratorio de Cineangiografía y William L. Proudfit, jefe del Departamento de Cardiología. Al principio la mayor parte de su trabajo se relacionaba con la enfermedad valvular y congénita. Pero posteriormente se interesó en otras áreas. Todos los días, apenas terminaba su labor en la sala de cirugía, Favaloro pasaba horas y horas revisando cinecoronarioangiografías y estudiando la anatomía de las arterias coronarias y su relación con el músculo cardíaco. El laboratorio de Sones, padre de la arteriografía coronaria, tenía la colección más importante de cineangiografías de los Estados Unidos. La creación de la Fundación Favaloro En 1971 Favaloro regresó a la Argentina con el sueño de desarrollar un centro de excelencia similar al de la Cleveland Clinic , que combinara la atención médica, la investigación y la educación. Con ese objetivo creó la Fundación Favaloro en 1975 junto con otros colaboradores. Uno de sus mayores orgullos fue el de haber formado más de cuatrocientos cincuenta residentes provenientes de todos los puntos de la Argentina y de América latina (Alumni). Contribuyó a elevar el nivel de la especialidad en beneficio de los pacientes mediante innumerables cursos, seminarios y congresos organizados por la Fundación , entre los que se destaca Cardiología para el Consultante, que tiene lugar cada dos años. En 1980 Favaloro creó el Laboratorio de Investigación Básica -al que financió con dinero propio durante un largo período- que, en ese entonces, dependía del Departamento de Investigación y Docencia de la Fundación Favaloro. Con posterioridad, pasó a ser el Instituto de Investigación en Ciencias Básicas del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, que, a su vez, dio lugar, en agosto de 1998, a la creación de la Universidad Favaloro. Participación en la CONADEP Fue uno de los integrantes de la CONADEP , que investigó los crímenes cometidos por la última dictadura. Finalmente renunció a participar por una diferencia de criterios. Él consideraba que los crímenes ya habían comenzado antes de la dictadura militar, tanto por elementos subversivos cuanto por personas vinculadas al Estado, y que todos ellos también debían ser juzgado

El suicidio de Favaloro

No hubo uno, sino múltiples motivos de su decisión. Tenía 77 años. Había quedado viudo en 1998. Estaba deprimido por las deudas de su Fundación, donde había empezado a funcionar un comité de crisis. Acababa de ver la lista de personas que iban a ser despedidas. Se le había muerto un paciente el día anterior.
*Mientras empuñaba ese revólver, una carta al presidente De la Rúa dormía en un cajón de la Casa Rosada. Nunca fue publicada en un diario. Decía:Estimado Fernando:"Te escribo estas líneas porque nuestra Fundación está al borde de la quiebra . Tenemos emergencias ineludibles que deben solucionarse en los próximos días. Necesitamos alrededor de seis millones de pesos.No tengo conexiones con el empresariado argentino. a veces choco con algunos 'peces gordos' como Amalita o Goyo Perez Companc. Por eso, uno de los pedidos que te hice en nuestra última charla era que utilizaras tu influencia para conseguir la ayuda que tanto necesitamos.En fin, te ruego que influyas para conseguir una donación urgente, creo que es el camino más corto. Perdoname por el pedido. Te escribo desde la desesperación. Nunca en mi vida estuve tan deprimido. Con el afecto de siempre, René Favaloro".*Despues de siete años, De la Rúa acepta que no leyó la carta a tiempo, pero rechaza las imputaciones sobre falta de apoyo oficial: "De ningún modo hubo abandono a Favaloro. Al contrario, estábamos encima. Teníamos una relación de mucho afecto y amistad. Fue mi asesor en la Nación y en la Ciudad ".. Obras escritas de Favaloro * René Favaloro publicó más de trescientos trabajos de su especialidad. * Debido a su pasión por la historia llegó a escribir dos libros de investigación y divulgación sobre el General San Martín. * Surgical Treatment of Coronary Arteriosclerosis. Fue publicado en Baltimore, EE.UU. por la editorial Williams & Wilkins en 1970. La versión en español fue titulada Tratamiento Quirúrgico de la Arteriosclerosis Coronaria y fue publicado por la editorial Intermédica en 1973 y la traducción fue realizada por Roberto Carlos Vedoya. * Recuerdos de un médico rural. Fue publicado en Buenos Aires, por Torres Agüero Editor en 1980. La ilustración de la tapa es de Hermenegildo Sabat. * ¿Conoce usted a San Martín? Publicado en 1986 en Buenos Aires por Torres Agüero Editor. * La Memoria de Guayaquil. Fue publicado en Buenos Aires, por Torres Agüero Editor en 1991. * De La Pampa a los Estados Unidos. Fue publicado por primera vez en 1992 y la octava edición salió en 1996 a través de la Editorial Sudamericana. La versión en inglés fue titulada The Challenging Dream of Heart Surgery fue publicado en Boston, EE.UU. por Little, Brown and Company en 1994 y la traducción al inglés fue realizada por Peter Willshaw. * Don Pedro y la Educación es un libro publicado en Buenos Aires, por el Centro Editor de la Fundación Favaloro en 1994.

FUENTES DE MARTA MORALES: FUNDACION FAVALORO

LA MAGA

Una madrugada de enero, los Trasnochadores del banco fueron protagonistas de un hecho que hubiera desvelado al habitante más osado que haya circulado por el barrio del Congreso en el mismísimo kilómetro cero de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero para entender lo sucedido, previamente hay que saber dos cosas: que en otras épocas, frente a ese banco en la Plaza de los Dos Congresos donde esperaban la madrugada los Trasnochadores, se encontraba la entonces Caja Nacional de Ahorro Postal con su Biblioteca, reducto del poeta Edgar Bayley, designado director del lugar ; y que los Trasnochadores del Banco no eran como otros seres nocturnos que esperaban el amanecer para volver a sus habitáculos sanos y salvos. No, no, estos trasnochadores aguardaban el amanecer celebrando el arte. Bebían en homenaje a la poesía, la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el canto, el cine y la palabra. Sobre todo, la palabra.
-- Mirá, Marta, allí está la ventana donde trabajaba Edgar Bayley. ¿Era tu suegro, no?
-- Osvaldo, por favor, no convoques, no juegues con el torturado espíritu de ese poeta-, pidió Marta.
Pero él hizo caso omiso de la súplica, levantó su botella de cerveza y, mirando a la ventana, comenzó a recitar La Avalancha , uno de los más bellos poemas del poeta:

que corran allá abajo las aguas turbulentas
quiero arraigar aquí en esta tierra
y tañer mi campana
buscando el celeste el bermellón
la escalera de mano que lleva hasta el altillo
la lluvia próxima
la habitación vacía
y el arroyo de donde llega el rumor de la avalancha

que corra allá abajo la claridad de las plantas
y se agite la cortina en la última pared
y sobre los techos aniden el colibrí y el tordo
éste es el mundo
a esta hora en que cae la noche
y crece la avalancha y el fragor de la luna
cuando lámparas y azaleas se encuentran y se huyen
se cierran las ventanas
y llaman a los niños dispersos por el parque
ésta es la hora
para el bermellón y el celeste
para el tordo y el colibrí

--Edgar, ¡cómo te cagaste en los puntos y comas, como Joyce! –exclamó Osvaldo para poner punto final al poema. Trató de mojarse los labios, y lanzó un gesto agrio al comprobar que la botella ya estaba vacía.
--Loca, ¿tenés un pesito? Se acabó la cerveza y quiero celebrar a tu suegro.
--Dejate de joder, parecés Tanguito… ¡Tomá y aguante la poesía!
Cuando Osvaldo regresó con tres botellas a cuestas, Marta sintió ese impulso por contar vínculos: --¿Sabían –dijo por fin- que Bayley fue el segundo marido de Matilde, mi suegra, concertista de piano y compositora de música dodecafónica? Ella estaba casada con un plástico de la época, Raúl Lozza, que derrumbó la pintura figurativa y creó las bases del arte concreto. Ese trío fue de nuestro palo. En los cuarenta –se entusiasmaba contando Marta- dieron vuelta al arte con sus vanguardias. Y en medio. hasta hubo una loca historia de amor. Matilde se enamoró perdidamente de Edgar y escaparon juntos…
--Pues entonces, Marta, vamos a dar vuelta la noche en honor a los artistas y las locuras de la trasgresión. ¡Salud! Brindo por los del cuarenta y el Arte Concreto.
Empinaron sendas botellas mientras la brisa filtraba por los corceles del monumento de la plaza. Hablaron de amores benditos y malditos, no sin antes atravesar los espacios de las divinidades paganas y de las noches trasfiguradas de Arnold Schönberg donde los conjuros a veces cristalizan. Bayley, que había muerto en cruel batalla con la cirrosis, escuchó su poema y con el brindis abandonó la prisión de metáforas, adjetivos y consonantes, se descolgó por la ventana, cruzó la calle Hipólito Irigoyen y se acercó al grupo. Le agradaron los desparpajos, las melenas, el banco de piedra tan frío y el olor de la cerveza. Para que ninguno se atreviera a sospechar que llegaba para apropiarse de la tercer cerveza, mostró una infaltable botella de whisky, el brebaje que había elegido para que lo acompañara en los instantes de creación. Se presentó y les propuso un brindis:--¡Por la poesía y mi cirrósis!-, susurró ronco y carraspeando. Lucía aun el bigote ancho, insolente, la barba recortada y teñida con el azulnegro de la noche.
Los Trasnochadores lo escucharon –y no lo dudan- cuando, envuelto en los delirios de la trasportación, dijo: --La que acá falta es la Maga , no se preocupen, pronto la verán.
Y asi como llegó, Edgar Bayley se fue remontando paredes. Si hasta les había golpeado su aliento agrio y picante.
--¿Que habrá querido decir?
--Es humor de fantasmas-, explicó Marta. Osvaldo empinó la botella.
Los trasnochadores advierten cada vez que cuentan la presencia de Edgar Bayley que, los que no quieran creer, que no crean. Pero lo cierto –aseguran- es que, efectivamente, esa noche de enero la Maga apareció por la vereda de la avenida Entre Ríos, posiblemente haya salido de la Biblioteca de la Caja o de la otra que está a dos cuadras, iba con el paso típico de toda maga que se precie de serlo, con pasitos gráciles pero firmes, mirando todo y a la vez sin ver a nadie, con figura frágil de cuarenta y nueve kilos y la incalculable edad de maga, ataviada con un hermosísimo vestido mexicano de mil volados y bordaduras que, seguramente, alguna descendiente del mejor artista de los aztecas, bordó exclusivamente para ella.
La conocían, era una figura tan familiar, tan de todos y a la vez de ninguno, porque la Maga era de la cultura universal, como la Beatrice del Dante. la Julieta de Skakespeare o la voz de Janis Joplin.
En una epoca, hace por lo menos cuarenta años, todas las mujeres querían ser La Maga. Todas querían poseer esa figura menuda, caminar por París y abrirse de piernas al amor y sentir en un beso la boca impregnada de pelos y babas, con ese sabor único que da el placer infinito del sexo, virtudes que Julio Cortázar le había concedido a los amores de la Maga.
Corrieron los Trasnochadores, se abalanzaron sobre ella, la invitaron a compartir la madrugada. Ella aceptó. Osvaldo le ofreció un buche de cerveza que ella rechazó elegantemente, porque, obvio, las magas solo beben pócimas mezcladas con la mejor champagna francesa.
Todos querían saber todo de la Maga , dónde, cómo, por qué, bajo que circunstancias ella conoció al tal Cortázar y bajo qué circunstancias fue que el escritor se inspiró en ella para crearla.
Un toquecito sintió Marta en su hombre, giró la cabeza y allí estaba el poeta escuchando. Luego tomó notas en un cuaderno. ¿Será que los poetas escriben sin necesitar la luz? En esa oportunidad de convocatoria, Bayley –que sabía quién era Marta- le explicó con un silencio que necesitaba
anonimato. Solo escuchar, apuntar en el cuaderno, que en ese instante no pretendía egolatría, ni siquiera la compañía de la cirrosis. La noche era única y bien podían esperar las elucubraciones acerca de qué esperar de poetas con ego.
La Maga, efectivamente, hizo revelaciones. Dijo que fue fruto de amores de conjuros en una noche de cábalas, que había nacido maga y con ese vestido impecable de mil volados, con sus prolijos zapatos blancos de tacones altísimos que –según confesó- a veces cambiaba por otros más bajitos, porque a las magas también les duelen los pies, sobre todo a ella que camina toda la noche. Contó, además, que solo se le permitía llevar una mochila donde portaba objetos terrenales que iba juntando de su convivencia con los humanos. Por ejemplo, contó que amaba los camisones y llevaba unos cuantos en su mochila, dijo también que le gustaba hacer regalos, y curiosamente, comer asado.
La Maga percibió la ansiedad del grupo y comenzó a narrar lo que todos querían escuchar, su encuentro con Cortázar. Fue –confesó- en una noche de neblinas parisinas que se cruzó con el escritor atravesando ambos el Jardín de las Tullerías. Cortázar le había preguntado en un perfecto francés “¿de qué país eres?”, ella le respondió también con su exquisito acento parisino (las magas dominan todos lo idiomas), que solo era una maga y que, por lo tanto, pertenecía a todos los lugares del mundo. Después, y sin mas, con una gentil inclinación de cabeza atravesó el Jardín de las Tullerías y desapareció por la niebla. Bayley escribía fervorosamente, no como periodista sino como escriben los poetas, casi en el aire.
Años después, en una escapada clandestina que hizo Cortázar a su amada Buenos Aires (ciudad que encontró devastada y sangrante), una fría noche de agosto la volvió a encontrar. La Maga estaba vestida igual, pero su mochila parecía más pesada, cargarla sobre los hombros le daba un aire más ausente todavía. Se saludaron. Tomaron un café (las magas aman el café) y ella le contó que en los años en que no se habían visto, su corazón de maga se había hecho añicos porque se enamoró y contrajo matrimonio por cuarenta días con un humano que solo jugó con sus sentimientos, contó que a raíz de tanto dolor perdió la sonrisa para siempre y que en cambio adquirió una afinadísima voz que le permite cantar cuando la convocan a reuniones donde prevalecen las charlas sobre arte, un don que le fue dado para paliar tanto desengaño.
Cortázar se emocionó con la historia, miró unos instantes al vacío, sonrió satisfecho con sus pensamientos, y luego tomando la pequeña mano de la maga, le susurro “prometo que nunca más vas a sufrir, te voy a convertir en un personaje tan famoso que todas las mujeres, en todas las épocas, van a querer ser la Maga ”. Se despidieron y jamás volvieron a verse.
Una madrugada, en los comienzos de los sesenta, precisamente en 1963, la Maga , deambulando por la calle Corrientes, escuchó en los bares, las confiterías y sobre todo en las mesas del café La Paz y en las salidas de los cines y teatros, que todas las mujeres hablaban con envidia del nuevo personaje de la novela recién editada por Julio Cortázar, Rayuela, cuyo personaje era la Maga.
Entró a una librería y metió un libro en su mochila. No lo compró porque las magas no manejan dinero y cuando necesitan algo se vuelven transparentes y lo toman. (No invisibles que para ellas es muy vulgar).
Allí se descubrió única. Era La Maga. Sonrío de nuevo. Desde ese día Rayuela está entre sus amadas pertenencias. La Maga recuperó su sonrisa y además conservó el otro don: jamás dejaría de cantar. Hoy se la puede encontrar en cuanto espacio cultural esté a su alcance, con su afinadísimo trino de zorzal, por supuesto, siempre y cuando sea una noche especial, donde confluyan Bayley y sus poemas, y los que celebran el arte con buches de cerveza en el banco de una plaza.
En aquella noche, el tiempo se colgó por instantes y luego volvió a la normalidad. La Maga había desaparecido, también Bayley con su cuaderno. Al poeta lo imaginaron trepando las paredes de la ex Caja peleándose con su yo y llamando a su amada Matilde para que le sostuviera la cirrosis que se hacía cada vez más insoportable por atrevida. De la Maga , ni un rastro, solo quedo colgando de enero su aroma de maga.
Osvaldo pidió, como pedía Tanguito, otro pesito para cerveza, y Marta cantó a Vinicius de Moraes en compás de bossa nova. Comenzaba el amanecer…
Doy fe que aquella noche existió, porque ninguno de los presentes, salvo yo, se dio cuenta que, sobre el pasto, muy cerca del banco de piedra frío, había quedado abandonada la botella de whisky vacíada por el poeta. Cuando el primer rayo de sol le dio de pleno, estalló en millones de partículas que se alejaron volando al cosmos.


MALU CALDEN